A Berto le encantan los animales. A sus papás también les gustan mucho, así que tienen muchas mascotas en casa. La mascota preferida de Berto es su perrito Chou. Berto también quiere mucho a su gatita Misi, a su pececito Flus, a su tortuga Lentota y a su pajarito Volín.
Un día, a Berto se le ocurrió que sería muy divertido tener una cobaya en casa. A sus papás también les gustó la idea y fueron a comprar una. Entre todos llamaron a la cobaya Peludín.
Otro día Berto vio en la televisión que algunos niños tenían en casa unos pequeños ratones llamados hámsters que le encantaron. A sus padres les pareció muy buena idea tener una pareja de hámsters en casa y fueron a por ellos a la tienda de mascotas.
Poco a poco, la casa de Berto se fue llenando de mascotas. Y cuando ya no cabía ni una mosca, a Berto se le antojó un nuevo animal. Todo contento fue a despertar a sus padres.
-Mamá -dijo Berto a su máma un domingo por la mañana, antes de que saliera el sol-, he pensado que quiero un cocodrilo.
-Vale, hijo, mañana voy a por uno -respondió la mamá mientras se daba la vuelta en la cama-. Ahora, déjame dormir un poco más.
Pero al día siguiente, cuando llegó a casa del colegio, Berto no encontró lo que había pedido.
-Mamá, ¿dónde está mi cocodrilo? -preguntó el niño.
-Hijo, aquí ya no cabe nadie más -dijo la mamá mientras ponía la mesa para comer.
-Ayer me dijiste que me comprarías uno -dijo el niño.
-¿Ayer? ¿Cuándo? -preguntó la mamá.
-Por la mañana, cuando te fui a despertar -dijo el niño.
-Vaya, pensé que era una broma -dijo la mamá.
-Yo no bromeo con esto y lo sabes -protestó Berto-. ¡Quiero mi cocodrilo! ¡Me lo prometiste!
-Pero, ¿dónde lo vamos a meter? -dijo la mamá.
-Le puedo hacer sitio en mi habitación -dijo Berto.
-Ya compartes tu habitación con Flus y con Lentota, por no hablar del espacio que ocupa Chou mientras haces los deberes.
-¡Jo! Pues nos apretaremos más -dijo Berto-. ¡Porfa, porfa!
-De acuerdo, pero prepárate para cuando a tu nuevo amigo le dé por comerse a tus otras mascotas -dijo su mamá.
-¿Qué? De eso nada -dijo Berto-. Yo le enseñaré a no morder.
-Vale, pero algún mordisco se llevará alguien mientras tanto -dijo su mamá-. Y con lo grande que tienen la boca los cocodrilos…
Berto se quedó pensando. No quería que ninguno de sus amigos sufriera ningún daño, pero tenía tantas ganas de tener un cocodrilo que no podía pensar en otra cosa.
Después de pasar unas horas pensando en ello Berto tuvo una idea.
-Mamá, qué te parece si apadrinamos un cocodrilo en el zoo -dijo el niño-. Así podré tener un cocodrilo pero sin que mis otras mascotas corran peligro.
-Es una idea fantástica, Berto -dijo su mamá-. Mañana mismo nos acercamos al zoo y hacemos los papeles. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea, hijo?
-La vecina dice que su perrita muerde las cosas porque se aburre -dijo Berto-. Imagínate lo mucho que se iba a aburrir un cocodrilo en mi cuarto. En el zoo seguro que tiene más cosas que hacer, así que se portará mejor.
Así fue como Berto se convenció de que no es buena idea tener un cocodrilo en casa. Al fin y al cabo los animales también tienen sus necesidades.