Había una vez dos hermanos que ayudaban a sus padres en las labores del campo. Pero tan holgazanes que su padre decidió darles un castigo ejemplar, a ver si aprendían de una vez. Por eso fue a ver al Mago de la Colina, un hombre viejo y sabio, con experiencia en ese tipo de problemas.
-Dales a tus hijos este brebaje y se convertirán en burros -dijo el mago-. Cuando aprendan a a cumplir con su tarea volverán a ser niños otra vez.
Y así hizo el campesino. Los niños, al verse transformados en burros, empezaron a rebuznar y a dar coces a diestro y siniestro.
-Cuando aprendáis a cumplir con vuestras obligaciones volveréis a ser niños -les dijo su padre-. Ahora, a tirar del carro y del arado.
Pero los niños, mejor dicho, los burros, pronto aprendieron que la vida de burro no estaba tan mal, cuando conseguías escaquearte del trabajo. Y se iban cada uno a dormir a su pesebre y a comer de lo suyo, sin preocuparse el uno del otro.
El padre volvió a ver al Mago de la Colina, a ver qué otra solución podría darle. Este le dijo:
-Átalos el uno al otro y no les sueltes hasta que no hayan hecho su tarea.
Y así hizo el campesino. Los burros, al ver que no podían irse a echar la siesta ni a comer, puesto uno tiraba del otro, se disgustaron mucho y empezaron a rebuznar y a dar coces.
-Hacer lo que os toca y os soltaré para que comaís y descanséis -dijo el padre.
Pero los burros no estaban por la labor, así que se pusieron de acuerdo para ir a comer primero donde uno y luego donde otro, compartiendo la comida. Y con la siesta hicieron lo mismo: compartir pesebre.
El padre, cansado ya de tanta holzaganería, volvió a visitar al Mago de la Colina para pedirle ayuda otra vez. El mago le dijo:
-Retírales los pesebres y no les des más comida hasta que se la ganen.
Y así hizo el campesino. Pero esta vez no avisó a los burros. Cuando esto se despertaron y vieron que no había comida para ninguno de los dos fueron en busca de su padre. Entre tanto, este aprovechó para quitarles los pesebres.
Cuando los burros vieron que tampoco tenían donde dormir se disgustaron mucho y empezaron a rebuznar y a dar coces. Pero esta vez su padre no les dijo nada.
-¿Qué hacemos ahora? -dijo un burro.
-Creo que es hora de empezar a trabajar -dijo el otro burro-. Si seguimos así nuestro padre va a terminar tirando la choza y vamos a tener que pasar la noche al raso.
Finalmente los burros empezaron a trabajar. Primero recuperaron la comida y el pesebre. Luego su padre los desató y, finalmente, los burros volvieron a su forma humana.
-Si volvéis a holgazanear volveréis a convertiros en burros, y no hará falta que os dé nada, pues una sola pócima es bastante -les dijo el padre.
Los muchachos no volvieron a hacer el vago nunca más, pues, aunque la experiencia como burros holgazanes no había sido tan mala, la idea de no tener dónde dormir ni qué comer les aterraba bastante.