Carolina notó la arena de la playa bajo sus pies y se despertó. Miró hacia el frente y vio como un oleaje verde esmeralda aparecía delante de sus ojos.
Alrededor había muchos árboles con frutas de multitud de colores. Se levantó para observarlas más de cerca y se sorprendió cuando al coger una de ellas la fruta, que era roja y brillante, se convirtió en una flor. ¡Qué divertido! El olor le recordó al de las fresas con nata que preparaba su mamá.
Después caminó por lo que parecía una extensa playa y se encontró con una cueva. Al principio pensó que no se debía de adentrarse en ella pero después decidió atreverse. Nada más entrar apareció una luz azul que cegó sus ojos por completo. Al momento escuchó una voz que la llamaba por su nombre:
- Carolina, Carolina….
Destapó sus ojos y descubrió a un hada con unas enormes alas de color rosa.
- Vaya… ¿Quién eres? – preguntó Carolina entusiasmada-.
- Soy el hada de esta isla de los espejos donde te encuentras.
- ¿La isla de los espejos? – preguntó curiosa Carolina-.
- Sí, en toda la isla hay un montón de espejos pero sólo los ven los niños que no son felices. Cuando uno está triste lo que hacemos es fijarnos en lo que no nos gusta de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Y sin embargo cuando estamos contentos nos fijamos en lo bonito que hay a nuestro alrededor. Por eso tú estás descubriendo tantas cosas maravillosas, porque eres una niña curiosa y feliz.
De repente el hada desapareció y Carolina escuchó que la llamaban de nuevo:
- Carolina, Carolina…- escuchó una voz conocida.
Esta vez cuando Carolina abrió los ojos no apareció ningún hada sino su madre, Carmela.
- Despierta hija, te has quedado dormida en la arena, encima del libro.
- ¿Me he quedado dormida? Vaya yo tengo la sensación de haber vivido un montón de aventuras - dijo Carolina -
- Bueno hija, ya sabes que cuando lees y sueñas todos vivimos muchas aventuras. Es lo bueno de la lectura.
En ese momento Carolina miró su libro y se fijó en su portada en la que aparecía su título: La isla de los Espejos.