Con cada cambio de estación se celebraba en la laguna del pueblo la competición de réplicas de velero para niños. Era un gran evento que disfrutaban todas las generaciones.
Cada niño debía preparar su propia embarcación para participar en dicha competición. El niño cuyo velero llegara primero en la carrera se llevaba una medalla y un bonito premio que variaba en cada edición de la competición.
En el último año y medio había ganado siempre el mismo niño: Darío. El velero de Darío solía ser el más bonito a nivel visual, y por lejos el más veloz y resistente.
Los otros niños, aunque se empeñaban en hacer que su velero fuese más rápido, no lograban derrotar a Darío.
Los niños ya se sentían muy frustrados y se sentían muy envidiosos con el desempeño del velero de Darío. Solían hablar a sus espaldas y creían que algo raro habría en él, o que recibía ayuda de su padre, o que sus veleros los mandaba a hacer por un profesional. Eran solo conjeturas acerca de a qué se debía el éxito de Darío.
Pero de todos los niños, había uno que era diferente: Sebastián. Este niño, en lugar de envidiar a Darío, lo admiraba. Le encantaban sus veleros y ver cómo era de bueno en las competiciones.
Sebastián era muy curioso, y quería saber cómo era que Darío lograba tanto éxito. En vez de hacer suposiciones y especular, Sebastián quería saber cómo hacia Darío para ganar las carreras. Por ello, un buen día, Sebastián se decidió a hablar con el niño luego de finalizar de competir.
-Hola Darío, me llamo Sebastián, quería darte mis felicitaciones por la carrera, realmente admiro lo que haces-.
-Muchas gracias, Sebastián.
-¿Cómo es que logras que tus veleros sean tan buenos?
-Pues bien, hace tiempo empecé a competir... Y al principio era un completo desastre.
-¿De veras?
-¡Claro!, pero gracias a eso fui aprendiendo y mejorando. Muchas veces me pasaba que mis veleros se hundían, entonces luego investigaba que materiales eran mejores para flotar. Otras veces se los llevaba el viento y no podía direccionarlos, entonces conseguí telas más apropiadas para las velas. Además, antes de las competiciones pruebo los veleros y practico mucho con ellos.
-Guau, eso es todo un gran trabajo.
-
Lo es, pero es simplemente prestar atención a tus errores para luego buscar la forma de solucionarlos y así ir mejorando.
-¿Puedo mostrarte mi velero? No sé con certeza que es lo que lo hace tan lento.
-¡Claro que sí, vamos a verlo!
A partir de ese día Sebastián y Darío se hicieron grandes amigos. Sebastián, como le había enseñado Darío, buscaba sus errores e investigaba como superarlos. Ambos amigos intercambiaban información, se pasaban trucos para mejorar sus veleros y también se juntaban a practicar con sus embarcaciones.
En algunas de las competiciones posteriores Sebastián llegó a ganarle a Darío. Su amigo, en lugar de enojarse, se sentía orgulloso de eso. Sebastián estaba muy contento, ya que el aprendizaje que había ganado era mucho más valioso que el podio de las competiciones.