Mari Puri estaba leyendo en el sofá, como hacÃa todas las tardes después de comer.
Ese dÃa estaba el abuelo en casa. Cuando este vio a la niña tan concentrada en el libro le preguntó:
—¿Qué haces, Mari Puri?
— Leo, como todas las tardes —dijo la niña—. Asà desconecto un poco, reposo la comida y cojo fuerzas para los quehaceres de la tarde.
—Eso mismo voy a hacer yo —dijo el abuelo—, sentarme, desconectar, reposar y recargar.
—¿Qué libro estás leyendo tú? —preguntó Mari Puri.
—Después de comer, ninguno —dijo el abuelo—. Yo me voy a echar una siesta de las de toda la vida, que es una tradición muy española.
Mari Puri no pudo evitar que se le escapara unas risitas.
—¿De qué te rÃes? —preguntó, divertido, el abuelo.
—En realidad, la siesta es una tradición que viene de la antigua Roma —dijo la niña.
—Y ¿cómo sabes tú eso? —preguntó el abuelo.
—Porque he investigado un poco —dijo Mari Puri—. ¿Te lo cuento?
—SÃ, sÃ, cuéntamelo —dijo el abuelo, realmente interesado.
—Para empezar, la palabra siesta viene de la palabra latina sexta, y se refiere a la sexta hora del dÃa. En la antigua Roma comÃan a esa hora y descansaban un rato después.
—Y ¿cuál es la sexta hora? —preguntó el abuelo.
—La sexta hora solar, que corresponde a las 12 del mediodÃa —dijo Mari Puri
—¡Pero si esa es la casi la hora del vermú, que se decÃa en mis tiempos! —exclamó el abuelo.
—Mamá dice que esa es la hora del segundo café del medio dÃa —dijo Mari Puri.
—Es que tu madre empieza muy pronto la jornada —dijo el abuelo—. Sigue, cuéntame más.
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€”Ahora viene lo mejor —dijo Mari Puri—. Parece ser que en España la tradición se asestó a partir del siglo XI, con los monjes benedictinos, que tenÃan la obligación de acostarse en completo silencio durante la hora sexta para retomar fuerzas para el resto de la jornada, tal y como dicta la regla de San Benito.
—Ves, yo me apunto a esa —dijo el abuelo.
—Pero —dijo enseguida Mari Puri—, la misma regla de San Benito dice que el que quiera leer puede hacerlo, siempre que no moleste a nadie.
—Pues sigue leyendo, Mari Puri, que se ve que te sienta muy bien —dijo el abuelo—. Yo voy a lo mÃo, que no molesto a nadie.