Cristina estaba deseando que llegara su cumpleaños. Después de muchos meses sin poder reunirse con sus amigos y su familia, por fin podría estar con ellos.
Había sido muy duro. La dichosa enfermedad -el bicho, lo llamaban algunos- la había mantenido alejada de la gente. Pero, por fin todo había pasado y ya se podía hacer vida normal.
A la fiesta acudió mucha gente. Todos estaban deseando poder disfrutar de una tarde entre amigos. Después de tanto tiempo sin reunirse, esa era la primera vez que celebraban algo.
Cristina les dijo a todos que no quería regalos. Lo único que quería ella por su cumpleaños era pasarlo acompañada por todos sus seres queridos. Pero todos llegaron con algún detalle.
El primer paquete que abrió era una mochila con patines.
-¡Sí, lo que siempre he deseado! -gritó Cristina.
Cristina se los puso y se lanzó a patinar como una loca. Pero estaba tan emocionada que no se dio cuenta de que no sabía patinar, así que chocó contra una de las mesas donde estaba la merienda. Y lo que no cayó al suelo acabó sobre la ropa de la niña. Zumos, refrescos, gominolas, bocadillos, palomitas… Menos mal que había más mesas con merienda preparada. Si no, esa tarde se quedan todos con hambre.
Cristina se limpió y, a continuación, abrió un paquete en el que había un juego de dardos.
-¡Sí, lo que siempre he querido! -gritó Cristina.
Enseguida colocó la diana y empezó a lanzar los dardos. Y empezó a lanzarlos como le pareció.
-¡Ey, miradme, soy una auténtica máquina! -exclamó Cristina.
Pero como Cristina tenía muy mala puntería todos acabaron fuera, incluso uno se clavó en la pierna de una de sus tías. Menos mal que llevaba unos pantalones vaqueros que no dejaron que el dardo penetrara mucho en el muslo. Y otro fue a parar directamente a las nalgas de su perro. El pobre huyó despavorido.
El siguiente paquete que abrió Cristina fue un precioso vestido de flores de colores, que venía con un bolso y un pañuelo a juego.
-¡Sí, este es el que me gustaba! -gritó Cristina.
La niña estaba tan ilusionada por probárselo encima de lo que llevaba puesta que terminó rompiéndolo. Menos mal que fue justo por una costura que se podía coser fácilmente sin que se notara.
A continuación, Cristina abrió una caja que contenía una preciosa colección de libros.
-¡Espera, Cristina! -gritó su padre-. Creo que será mejor que dejes los libros en la caja. Al ritmo que vas acaban los pobres libros en la piscina.
Cristina se rió, junto con todos los demás.
-Y deja el resto de regalos -añadió su madre-. Merendamos y los abrimos después, cuando estés más tranquila.
-Estoy tan impaciente… -dijo Cristina.
-Por eso mismo -dijo su madre-. Los regalos no se van a ir de aquí. Mañana abres los regalos y llamas por teléfono para dar las gracias. Creo que todos quieren merendar y salir ilesos de la fiesta, pequeña.
Y después de reírse un poco más, continuó la fiesta, sin más incidentes. Cristina disfrutó muchísimo y aprendió que es mejor tomarse las cosas con calma. Y que no es necesario probar todos los regalos en el momento de abrirlos, porque las prisas y la falta de reflexión pueden dar lugar a accidentes no deseados.