Era una tarde fría, acosada por la brisa y las grandes gotas de agua que arrojaba el cielo y ahí estaba Nito, sentado sobre una piedra, tratando de memorizar los números de la pizarra a través de la ventana.
Cada vez que lo observaban, muchos de los niños se preguntaban que hacía ahí sentado, pero nadie se preguntaba adónde iba después de que terminaran las clases.
Pasaban las semanas y Nito no se despegaba de los cristales. Los profesores continuaban con su clase y simplemente lo observaban de vez en cuando, a lo que el pequeño contestaba sonriendo, pues a pesar de todo era feliz.
Cuando los niños salían al descanso, Nito deseaba poder correr con los demás, pero era imposible desde el otro lado de la verja del colegio. Además había un inconveniente, los niños nunca hubieran querido acercarse a alguien como Nito, un pequeño con los zapatos viejos y los pantalones remendados.
La tarde del seis de abril, Lucía, la profesora de geografía, escribió en la pizarra una pregunta pero nadie respondía. Nito trataba de hablar a través de la ventana pero no le prestaban atención. Continuó insistiendo hasta que la profesora abrió la ventana.
- Hola. ¿Te puedo ayudar en algo?- le preguntó Lucía.
- Es que yo sé la respuesta – respondió Nito con voz tímida-
- ¿Sí? Adelante entonces.
La respuesta de Nito sorprendió muchísimo a Lucía. ¿Cómo era posible que ese niño al que veía a diario a través de la ventana supiese la respuesta mientras que ninguno de los niños que asistían a su clase había sido capaz?
Al día siguiente, en clase de geografía, Lucía vio que el niño no estaba en la ventana. Preguntó a los demás si lo habían visto pero nadie supo decirle qué había pasado con él, por eso decidió salir a buscarlo al terminar las clases.
En el pueblo una anciana le señaló un descampado donde solía ver a unos niños jugando, pensando que quizá ahí estaría Nito.
C
uando Lucía llegó a la cancha, sonrió al verle. Ahí estaba, tratando de hacer algo que a ella le costaba creer; Nito les estaba explicando a los demás lo que ella enseñaba en clase.
Y lo más interesante era la manera en que lo hacía: utilizando pedazos de cartón y viejos atlas con las páginas medio rotas.
Lucía, dejó salir sus lágrimas mientras se sentía orgullosa de lo que hacía el pequeño, que por otro lado era completamente admirable.
Nito la vio y se acercó a ella tímidamente:
- Hola profesora, ¿le puedo ayudar en algo?
Ella contestó con los ojos llenos de lágrimas:
- ¿Me permite estar en su clase pequeño profesor?