Rosados, sensibles y con aroma de vida se movían con las brisa los lirios de mayo, mientras coloreaban el llano en aquel atardecer del día 20.
Dina, los cortaba uno por uno para adornar el altar de la Virgen, junto con velas blancas y telas de lino.
Ana, la madre de Dina, y que era ciega de nacimiento, había prometido no cortar jamás esas flores, pues había hecho una promesa a la virgen hacía 15 años: "plantar todos los lirios que le fueran posible sin cortar ni uno solo con tal de que la virgen le diera una hermosa hija"
Por eso, cuando Ana percibió el aroma de los lirios en manos de Dina, se quedó pálida.
- ¡Dina!
- Madre, ¿qué te ocurre? Estás pálida.
- Suelta esas flores. No tendrías que haberlas cortado.
- ¿Pero qué tiene de malo? Son para la virgen…
- Dina, esas flores son la razón de tu existencia
- ¿De mi existencia?
- Nunca te lo he contado. Pero prometí a la virgen sembrar todos los lirios posibles y nunca cortarlos para que me diera una hija.
- Entonces, ¿ya no florecerán más lirios?
- No lo sé hija y eso es lo que me preocupa.
Los lirios solo habían florecido dos veces. La primera fue cuando nació Dina y la segunda acababa de ser ahora que había cumplido los 15 años.
Ana pensaba, que si quebrantaba la promesa que le había hecho a la virgen de no cortar las flores su hija pagaría las consecuencias, pues de una u otro manera esas flores crecían al igual que lo hacía su hija.
P
asaron dos días y parecía que no sucedía nada fuera de lo común.
- ¡Mamá! ¡mamá! han crecido lirios de otros colores –
Ana se dirigió hacia el gran jardín esperando percibir aquellos nuevos lirios a través de su aroma, y cuál fue su sorpresa al comprobar que de repente, no solo podía olerlos, sino también verlos. Increíblemente había recuperado la vista.
Los ojos de Ana se llenaron de lágrimas, y no solo por poder la luz, sino por poder ver al fin al lirio más hermoso que había en su vida: su hija Dina.
Y así fue como Ana recibió su recompensa por haber criado aquel hermoso jardín durante años y años con mucho cuidado y esmero.