—¡Ring, ring!
—Al habla el inspector Tozudez. ¿En qué puedo ayudarle?
Alguien hablaba al otro lado del teléfono. El inspector Tozudez no decía nada, no se movía, pero su expresión de asombro era cada vez más intensa.
—Entendido, capitán, iré a Villavillana esta misma tarde. Estoy seguro de que hay una explicación lógica para la aparición de esos pájaros ladrones.
El inspector Tozudez recogió sus cosas. Siempre tenía una pequeña mochila preparada en su escritorio con el equipaje mínimo necesario para salir corriendo en caso de urgencia. Y eso es lo que era aquella situación: una urgencia.
El inspector Tozudez fue a la estación de autobuses para llegar a Villavillana. Era un trayecto largo, así que aprovechó para revisar la documentación que el capitán le había enviado por correo electrónico.
Cuando llegó por fin a su destino, el inspector Tozudez conocía todos los detalles del caso de los pájaros ladrones, se sabía de memoria la distribución del pueblo y el nombre de sus calles y conocía el nombre de todos los testigos y víctimas. Aunque lo que le resultó más fácil de recordar era el nombre de los sospechosos, porque no había ninguno.
—¡Bienvenido, inspector Tozudez! —saludó el alcalde de Villavillana, que llevaba esperando en el andén de la estación desde hacía un buen rato.
—Gracias, señor alcalde —dijo el inspector—. No perdamos tiempo; lléveme a ver las escenas de los robos.
El inspector Tozudez revisó con gran detenimiento todos los lugares donde los pájaros ladrones habían llevado a cabo sus fechorías. Algo no cuadraba.
—Los testigos dicen que los pájaros llegaban volando y se quedaban en la ventana —dijo el inspector Tozudez—. ¿Cómo es posible que se llevaran las cosas si no llegaban a entrar en las casas?
—No sabemos —dijo el alcalde.
—También me extraña que todos los robos se hayan cometido en un cuarto piso, nunca por arriba y nunca por debajo —continuó el inspector.
—Varios robos se han cometido en un tercer piso, inspector —dijo el alcalde.
—Cierto, pero esos edificios cuentan con entreplanta, por lo que, por lo que a la altura se refiere, son también un cuarto piso —dijo el inspector.
De pronto, el inspector vio cosas de colores surcando el cielo, muy a lo lejos.
—¿Qué es aquello? —preguntó.
—Es el concurso semanal de cometas de Villacometa —dijo el alcalde—. Es muy conocido en la zona.
El inspector sintió un pellizco en el estómago, señal inequívoca de que una idea empezaba a tomar forma, aunque no sabía muy bien cuál.
—Vamos hasta allí —dijo.
Ya en Villacometa, el inspector se paseó entre los concursantes. Observó las cometas, sus formas, sus tamaños, la longitud de sus cuerdas.
—¿Es posible que alguien pueda subirse en una de estas cometas y volar sobre ella? —preguntó el inspector a uno de los concursantes.
—Le diría que es imposible —contestó el hombre—, si no fuera porque he visto a mi vecino hacerlo. Se ha construido una enorme, con un cable muy resistente.
—Vaya, vaya —dijo el inspector—. Y dígame, ¿qué altura alcanza una cometa?
—La mía podía llegar a un sexto piso —dijo el hombre.
—¿Y la de su vecino? —preguntó el inspector Tozudez, como el que no quiere la cosa.
—Le ha costado mucho conseguir el cable —dijo el hombre—. Como mucho, calculo que podría llegar a un cuarto piso.
—¿No tendrá la cometa de su vecino el dibujo de un pájaro por casualidad? —preguntó el inspector Tozudez.
—¡Sí! Cómo lo ha adivinado? —preguntó el hombre.
—Ya ve, cosas que pasan —dijo el inspector, sin más.
Esa misma noche capturaron al vecino de aquel hombre, junto a toda su banda, formada por cinco voladores de cometas más.
—¿Cómo lo ha resuelto? —preguntó el alcalde.
—Sencillo —dijo el inspector Tozudez—. Me pareció evidente que alguien llegaba en algún tipo de aparato hasta las ventanas, ya que el supuesto pájaro se quedaba siempre fuera. El hecho de que siempre se cometieran los robos en la misma altura me hizo suponer que el aparato se manejaba desde el suelo con algún elemento de anclaje de longitud fija. Luego vi las cometas y tuve un presentimiento. Así que seguí mi instinto.
—Vaya, sí que es usted tozudo, inspector Tozudez —dijo el alcalde.
Y así quedó resuelto el caso de los pájaros ladrones.