El caso del ladrón de libros viejos
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El caso del ladrón de libros viejos

Edades:
A partir de 6 años
El caso del ladrón de libros viejos Había una vez un ladrón que se dedicaba a robar libros viejos. Al principio nadie le dio importancia. Es más, muchos terminaban agradeciéndole que se los llevara. Porque hay mucha gente a la que le cuesta deshacerse de las cosas que ya no usa, aunque estén viejas, y les da pereza hacer algo con ellas. ¡Con lo fácil que es donarlas!

El caso es que el ladrón de libros viejos había acumulado una gran cantidad de material. Llevaba años actuando sin que nadie hiciera nada. La policía ni siquiera sabía quién era.

Pero el ladrón de libros viejos quería más. Y como nadie le había parado nunca los pies pensó que lo que hacía tampoco era tan malo. Así que decidió lanzarse a por algo más jugoso.

-Los museos guardan libros muy muy viejos -pensó el ladrón-. Y también en las grandes bibliotecas, y en las iglesias. Y también en los conventos.

El ladrón empezó por las iglesias, que están abiertas muchas horas al día y, durante muchas horas, están casi vacías. También robó en los almacenes de los museos e incluso en algunas bibliotecas importantes. Llevaba ya varios libros robados cuando saltaron las alarmas.

El ladrón de libros viejos se había llevado libros antiquísimos, algunos con un valor material muy elevado. Libros por los que se podrían pagar millones.

Pero eso el ladrón no lo sabía. Para él todos los libros viejos eran eso: libros viejos. Y solo los quería para coleccionarlos, porque le gustaban.

Así que su sorpresa fue monumental cuando la policía lo encontró. Afortunadamente conservaba en perfecto estado todos los libros que había robado en las últimas semanas, bien cuidados y protegidos.

Cuando los policías se llevaron los libros que había robado en iglesias, museos y bibliotecas les preguntó por los que dejaban:

-¿Por qué los demás no se los llevan?

El caso del ladrón de libros viejos-Esos no sirven para nada -le respondieron.

-Todos los libros pueden servir para algo o para alguien, no los desprecie por viejos -dijo el ladrón-. Hay grandes joyas ahí escondidas, pero hay que molestarse en fijarse y saber mirar.

Cuando el ladrón cumplió la condena que le impuso el juez montó un puesto al que llamó “Libros usados y otros tesoros”. Muchos llevaban allí sus libros viejos para darles otra oportunidad a esas páginas que ya no les resultaban útiles a sus dueños, pero que podían ser muy útiles en unas nueva manos.
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