Carlota era la envidia de todas las niñas de su clase porque su madre se había comprado un coche descapotable precioso. Todos los días, Carlota llegaba a clase en su famoso coche nuevo y dejaba boquiabiertos a todos sus compañeros.
Justo después llegaba Lucía con su padre en un coche normal y corriente, y con más años que ella misma. Y todos los días, Carlota miraba a Lucía por encima del hombro y le decía cosas como esta:
-Es maravilloso sentir el aire en la cara cuando vas por la carretera, y poder escuchar los saludos de la gente cuando te llaman desde la acera.
Lucía se limitaba a responder, con cierta ironía:
-Me alegro por ti. Debe ser maravilloso ser tú.
Al salir se repetía una escena similar. En primer lugar, estaba la madre de Carlota con su flamante descapotable nuevo y detrás el padre de Lucía, con su coche de siempre.
Carlota volvía a mirar a Lucía, se despedía de ella para asegurarse de que la veía bien, y se subía al coche.
Y así, día tras día, Incluso cuando hacía mucho frío, Carlota llegaba en el descapotable. Debía de hacer mucho frío, pero con tal de presumir Carlota hacía lo que hiciera falta.
Un día, al salir del colegio, la madre de Carlota estaba esperándola, como siempre, con el coche descapotable. Y justo en el momento que salían todos los niños empezó a caer una tromba de agua tremenda. Era como si cayeran cubos de agua del cielo.
La lluvia pilló a todos por sorpresa. Aunque el mayor susto se los llevaron al oír gritar a la madre de Carlota mientras, empapada, intentaba accionar el mecanismo que le permitía colocar la capota en el coche.
-¡No funciona! -gritaba la mamá de Carlota, mientras la niña se acercaba a ver qué pasaba.
El padre de Lucía se colocó la capucha de su chubasquero y salió del coche.
-¿Hace cuánto tiempo que no pone usted la capota? -le preguntó.
-No la he puesto nunca, ni siquiera cuando compré el coche -dijo ella.
-Pues esto está estropeado, así que debería usted llamar a la grúa -dijo el padre de Lucía.
-¡Qué fastidio! -dijo ella-. Ahora tendré que llamar a un taxi.
-Yo la puedo llevar a usted y a su hija a casa, si quiere -dijo el padre de Lucía.
-No queremos ser una molestia -dijo la madre de Carlota.
-Molestia ninguna -dijo el papá de Lucía-. Además, me cae de camino. Vivimos muy cerca.
Carlota se apresuró a decir que no con la cabeza.
-¿Prefieres mojarte esperando un taxi, pequeña? -preguntó el padre de Lucía.
-Es usted muy amable y agradecemos su ofrecimiento -dijo la madre de Carlota.
A partir de entonces Carlota no volvió a presumir de descapotable. Y no le quedó más remedio que llevarse bien con Lucía, porque muchos días era el padre de esta quien se ocupaba de llevar o recoger a las dos niñas.
Y todos los niños que se reían de Lucía por los comentarios de Carlota ahora se ríen de ella cuando la ven subir en el coche que tanto criticó.
A pesar de todo, Lucía trata de ser amable para que su compañera no sienta tanta vergüenza. Tal vez, con el tiempo, terminen siendo buenas amigas.