Emma corría por el jardín, sus zapatillas rozando las hojas secas que crujían bajo sus pies. De vez en cuando, hacía una pausa para ver si la abuela Amelia la seguía con la mirada. Le encantaba pasar el tiempo con su abuela, que siempre tenía alguna historia fascinante para contar.
—Abuela, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Emma, acercándose al banco donde su abuela estaba sentada, tejiendo tranquilamente.
—Por supuesto—respondió la abuela con una sonrisa.
Emma frunció el ceño, como si estuviera pensando en algo muy importante.
—En la escuela hablamos sobre votar... ¿Siempre pudieron votar las mujeres, como tú?
La abuela dejó de tejer y miró a Emma con ternura. Sabía que esa era una pregunta muy especial, una que llevaba consigo una historia de valentía.
—No, mi pequeña. No siempre fue así. Hubo un tiempo en que las mujeres no tenían voz en las decisiones importantes. Pero todo cambió gracias a mujeres muy valientes.
Emma se sentó al lado de la abuela, con los ojos bien abiertos.
—Cuéntame, abuela. Quiero saber cómo pasó.
La abuela Amelia respiró hondo y comenzó su relato.
—Hace muchos, muchos años, las mujeres no podían votar. Solo los hombres podían elegir a los gobernantes o decidir sobre las leyes. Pero había un grupo de mujeres que no estaban de acuerdo con eso. Eran fuertes, decididas y sabían que su voz también importaba. Entre ellas, había dos mujeres muy famosas: Emmeline Pankhurst, en Inglaterra y Susan B. Anthony, en Estados Unidos.
—¿Y qué hicieron? —preguntó Emma, intrigada.
—Comenzaron a organizar manifestaciones —explicó la abuela—. Salían a las calles con pancartas, cantaban y gritaban por la igualdad. Lucharon para que las mujeres también tuvieran el derecho a votar. Lo hicieron de forma pacífica, aunque no siempre fueron bien recibidas. A veces, las metían en la cárcel por protestar, pero eso no las detuvo. Sabían que estaban luchando por algo justo.
Emma se imaginó a las mujeres en las calles, marchando con fuerza, sus voces llenando el aire. A pesar de ser pequeña, sentía que podía entender por qué era tan importante.
—Abuela, ¿tú también fuiste una sufragista? —preguntó Emma emocionada.
La abuela sonrió y negó suavemente con la cabeza.
—No, cariño, yo nací poco después de que las mujeres consiguieran el derecho al voto. Pero, ¿sabes algo? Tu bisabuela, mi mamá, fue una de ellas. Ella marchó junto a otras mujeres para que tú, yo y todas las mujeres de hoy pudiéramos votar.
Emma se quedó boquiabierta.
—¿De verdad? ¿La bisabuela?
—Sí —dijo la abuela—. Ella era una mujer muy fuerte. Nunca se rindió, incluso cuando la gente le decía que no lo lograría. Gracias a su lucha y la de muchas otras mujeres, hoy podemos votar y hacer oír nuestra voz.
E
mma sentía una mezcla de orgullo y admiración. No podía creer que su propia bisabuela hubiera sido parte de algo tan grande.
—Abuela, ¿crees que algún día yo también podré cambiar algo? —preguntó Emma, sus ojos brillando de esperanza.
La abuela puso su mano sobre la de Emma y le dio un suave apretón.
—Por supuesto, Emma. Tú también puedes cambiar el mundo. Solo necesitas creer en lo que es justo y nunca dejar de luchar por ello. Como aquellas mujeres valientes, a veces todo empieza con una pequeña voz que se atreve a decir: "Esto no está bien".
Emma sonrió. Desde ese día, cada vez que veía una urna de votación o escuchaba hablar sobre derechos, pensaba en su bisabuela y en todas las mujeres que habían luchado para que su voz fuera escuchada. Sabía que, aunque era pequeña, podía hacer grandes cosas algún día.
Y lo más importante, sabía que no debía tener miedo de alzar su voz, porque la historia ya le había demostrado que las voces pequeñas, juntas, podían cambiar el mundo.