Hugo no quería hacerse la cama. Tampoco quería recoger su ropa, ni sus juguetes, ni ayudar a poner y quitar la mesa. Su madre le decía todos los días que tenía que ayudar con las tareas domésticas, pero a Hugo le daba igual.
- Papá tampoco hace nada y a él no le regañas ni le sermoneas -le decía Hugo a su madre.
- Papá trabaja todo el día y cuando llega está muy cansado -decía su madre-. Y yo necesito que alguien me ayude.
- ¡Pues que te ayude él! Yo también estoy muy cansado cuando vuelvo del cole.
La mamá de Hugo llevaba tal ritmo de trabajo dentro y fuera de casa que un día no pudo más, cayó enferma de cansancio y se la tuvieron que llevar al hospital.
El caso es que la madre de Hugo no volvía. Y el padre de Hugo no conseguía sacar tiempo para trabajar dentro y fuera de casa. De modo que la casa se empezó a llenar de suciedad. La cama de Hugo tenía las sábanas arrugadas y sucias y la cama de su papá también. Y en pocos días se quedaron sin ropa limpia.
- Tendremos que organizarnos con la casa -dijo el papá de Hugo a su hijo - No podemos seguir así. Tendrás que ayudarme.
Durante días a Hugo no le quedó más remedio que hacer su cama, recoger su ropa y sus juguetes y limpiar su habitación. Su papá tuvo también que aprender a cocinar, a lavar y a planchar la ropa, a limpiar y a hacerse la cama.
Cuando la madre de Hugo volvió a casa su padre y él la recibieron con una gran alegría.
- ¡Te hemos echado de menos! -dijeron padre e hijo.
- Parece que al final habéis conseguido organizaros sin mí -dijo ella.
Desde entonces, los tres se reparten las tareas domésticas, y la mamá de Hugo no ha vuelto a ponerse enferma. Además, les queda tiempo para hacer un montón de cosas divertidas todos juntos.