El erizo y la manzana
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El erizo y la manzana

Edades:
A partir de 4 años
El erizo y la manzana Había una vez un erizo que tenía muchas ganas de comer una manzana. Pero como era muy pequeño no alcanzaba a coger una del árbol.

El erizo intentó sacudir un manzano que tenía muchas manzanas.

—Seguro que de aquí cae alguna —pensó el erizo.

Pero como el árbol era tan grande y el erizo tan pequeño, el árbol no se movió nada. Así que no cayó ninguna manzana.

Al ver que no conseguía que aquel manzano soltara alguna manzana, el erizo probó con otro más pequeño.

—Seguro que con este puedo —pensó el erizo.

Pero el animalito tampoco consiguió que cayera ninguna manzana del árbol.

Cansado y desanimado, el erizo se sentó debajo de otro árbol. Y allí empezó a llorar.

El árbol, que también era un manzano, sintió pena por el pobre erizo y dejó caer una manzanita.

La manzanita empezó a rodar. El erizo, al verla, fue corriendo detrás de ella para cogerla.

Pero la pequeña manzana rodaba muy rápido y el erizo no lograba alcanzarla.

Después de un rato rodando la manzana se paró.

—¡Ya era hora! —exclamó el erizo.

El erizo cogió la manzana y la observó durante un rato. Luego la llevó al estanque y la lavó, porque estaba llena de polvo y tierra.

—¡Qué bonita eres, manzanita! —dijo el erizo.

El erizo se llevó la manzana a su guarida y la guardó. Todos los días la sacaba y la observaba bajo la luz del sol. La limpiaba, la olía y se la enseñaba a todo aquel que quería verla.

Pasaron los días y el erizo no se decidía a comer la manzana. Entonces, un gusanito que pasaba por allí le dijo:

—Si no te la comes se estropeará. Yo sé mucho de eso.

—No digas tonterías dijo el erizo—. Mira los manzanos. Están cargados de fruta.

—Pero las manzanas no duran para siempre —dijo el gusano.

El erizo no le hizo caso y siguió cuidando su manzana. Pero al final, tal y como había dicho el gusanito, la manzana empezó a estropearse. Primero empezó a arrugarse y, en poco tiempo, se pudrió.

El erizo y la manzana¡Cuánto lloró el erizo por su manzana podrida!

Como le daba mucha pena, el erizo llevó la manzana debajo de un manzano, y allí la dejó.

Y mientras lo hacía descubrió que había muchas más manzanas en el suelo. ¡Y estaban duras y relucientes, como su manzanita el primer día!

—Esta vez no dejaré pasar la oportunidad de probar una manzana —dijo el erizo.

Así que cogió una manzana, la llevó al estanque, la lavó y se la comió.

Ese día el erizo aprendió que hay que disfrutar de las cosas cuando se tienen, porque si no se estropean sin poderlas aprovechar. Porque es mejor aprovechar y disfrutar que echar a perder sin sacar provecho.
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