Había una vez un bosque que albergaba una pequeña comunidad de hadas. Allí todos se conocían y pocas veces recibían a ningún visitante nuevo. Hasta que llegó Anika.
El hada Anika era la hija de la nueva maestra, un hada venida de muy lejos que había viajado mucho. Pero la pequeña Anika no podía viajar tanto, así que su madre decidió instalarse durante un tiempo en una aldea donde le dieran trabajo. Así es como ambas acabaron aquí.
El primer día que Anika fue al cole de las hadas estaba muy asustada. Todas las hadas la miraban y susurraban.
-Mira, no tiene alas -decían unas.
-¿Habrá nacido así o se las habrán cortado? -decían otras.
-Menuda birria de hada, no merece estar con nosotras así -decían las más crueles.
Anika estaba muy molesta con sus nuevas compañeras. “¿Por qué ninguna es capaz de preguntarme qué me ha pasado?”, pensaba.
Durante los primeros días, la maestra contó a todas las hadas muchas de las aventuras que había vivido. También les habló de los lugares que había conocido y de los seres con los que se había encontrado.
-Maestra, ¿cuándo vamos a hacer prácticas de vuelo? -preguntó un día una de las hadas.
-Ahora mismo -dijo la maestra-. Vamos al acantilado.
-Pero a las hadas jóvenes no nos dejan volar en el acantilado -respondió otra hada-. Es muy peligroso. Puede aparecer un ave rapaz. Y cuando hay viento podemos perder el control.
-No os preocupéis -dijo la maestra-. Lo tengo todo controlado.
El acantilado era un lugar muy peligroso. Tenía una caída enorme y se formaban corrientes de aire que desafiaban incluso al hada más experta.
Todas las hadas estaban muy asustadas. Nunca habían volado en el acantilado. Y menos durante un día tan ventoso como aquel.
-Voy a explicaros cómo volar cuando hay mucho viento -dijo la maestra. Y, tras explicarles unos cuantos trucos, hizo una demostración.
-¿Alguien quiere probar? -preguntó la maestra.
-¿Qué pasa si nos lleva el viento? -preguntó un hada.
-Anika o yo saldremos a buscaros -dijo la maestra.
A algunas hadas se les escaparon unas risitas de las que pronto se contagiaron las demás.
-¿Dónde está la gracia? -preguntó la maestra.
-Anika no puede volar: no tiene alas -dijeron.
-Eso no es del todo cierto -dijo la maestra-. Anika no tiene alas, pero sí puede volar. Y lo hace mejor que cualquiera de nosotras, incluida yo.
-Eso es imposible -dijeron.
-Anika, por favor, haz tú misma la demostración -dijo la maestra.
Anika abrió su bolsa, sacó una especie de corsé y se lo puso a la espalda. Unas hermosas alas mecánicas se desplegaron y empezó a volar, dejando a todas las hadas con la boca abierta.
Tras la demostración, Anika volvió con las demás y les dijo:
-Nací sin alas, solos con los muñones. Me hicieron este corsé, que se engancha en esos muñones y, con ellos, las puedo mover. Es como si tuviera alas de verdad, aunque me las tengo que poner cuando las necesito.
-¡Es alucinante! -dijo un hada.
-¡Qué pasada! -dijo otra.
-Espero que la próxima vez no hagáis juicios de valor a la ligera y que preguntéis antes de poneros a cotillear -dijo la maestra-. Esta es la verdadera lección de hoy. ¿O de verdad pensábais que os iba a dejar volar en el acantilado sin comprobar primero vuestras habilidades?