
Lina tenía siete años y una lupa colgada al cuello. Le encantaba mirar cosas muy de cerca: las patas de una hormiga, las vetas de una hoja o los dibujos secretos en una piedra. Pero si le hablaban de formas y matemáticas… ¡ay, qué pereza!
Un día, mientras jugaba en el patio del cole, vio algo extraño: detrás de un matorral, había una puerta redonda de madera, con una cerradura en forma de estrella. Curiosa, la empujó y… ¡clic! Se abrió sola.
—¿Hola? —dijo Lina, asomándose.
Lo que vio la dejó con la boca abierta. Era un jardín lleno de flores de colores, árboles con ramas cuadradas, y caminos en zigzag. Pero lo más raro era que… ¡las plantas hablaban!
—¡Bienvenida al Jardín de las Formas! —cantó una margarita con voz dulce—. Yo soy Florita, y mis pétalos hacen un círculo perfecto.
—¡Yo soy Don Hexágono! —dijo un cactus verde con gafas—. Tengo seis lados, y todos iguales. ¡Tócame si te atreves! —añadió, riendo con voz grave.
Lina no sabía si soñar o reír. Se agachó a mirar una flor de pétalos puntiagudos, escondida entre las piedras.
—Hola… ¿tú cómo te llamas?
La flor se estremeció.
—Soy Tulilado… —susurró—. Pero mis pétalos son raros. Son triángulos. Nadie quiere jugar conmigo…
Florita se acercó.
—¡Eso no es cierto, Tulilado! Tus pétalos son preciosos. Solo que tú no los ves.
Lina pensó en cómo se sentía a veces cuando no entendía algo en clase. ¿Sería Tulilado como ella?
—¿Quieres jugar con nosotros? —preguntó Lina, sonriendo—. Estoy aprendiendo formas, ¡y tú podrías ayudarme con los triángulos!
Tulilado asintió muy despacito.
El jardín estaba lleno de sorpresas. En la Glorieta de los Círculos, las flores giraban como ruedas. En la Colina de los Triángulos, todo tenía punta. En el Árbol Cuadrado, las hojas parecían ventanas.
Pero cuando Lina quiso volver a casa, la puerta estaba cerrada.
—Solo se abrirá si resolvemos el Rompecabezas Floral —dijo una voz suave que venía del viento. Era la Maestra Raíz.
Unas flores se colocaron formando una figura en el suelo. Faltaba una pieza… ¡el pétalo de Tulilado!
—No puedo hacerlo… —dijo Tulilado, temblando.
—Claro que puedes —le animó Lina—. Mira lo que has aprendido. Tus pétalos son la última forma que falta.

Tulilado respiró hondo y se acercó. Encajó justo en el centro del rompecabezas. Entonces, la puerta brilló y se abrió con un suave ¡clic!.
—¡Funciona! —gritó Lina—. ¡Gracias, Tulilado!
Las flores aplaudieron (bueno, a su manera: con movimientos y pétalos felices).
—Eres único, Tulilado —dijo Florita—. Y eso te hace especial.
—¿Volverás a visitarnos? —preguntó Don Hexágono.
—¡Claro que sí! —respondió Lina—. Aún me faltan muchas formas por descubrir.
Y así, con una sonrisa grande y una forma triangular en el corazón, Lina regresó a casa. Ya no tenía miedo a las matemáticas. Ahora sabía que las formas vivían en las flores, en los árboles… y también dentro de ella.