En un pequeño pueblo rodeado de montañas, había una vieja biblioteca que casi siempre estaba vacía. Solo el eco de los pasos de Don Hilario, el bibliotecario, llenaba el lugar. Sin embargo, una tarde lluviosa, Emma y Luca decidieron entrar.
Emma, con su cabello enredado por el viento, llevaba un cuaderno en el que anotaba ideas para cuentos. Luca, con grandes gafas y mirada curiosa, siempre buscaba respuestas para preguntas que nadie más hacía.
—¿Crees que aquí haya algo interesante? —preguntó Emma, sacudiéndose el agua del abrigo.
—No sé... —respondió Luca—, pero siempre he querido explorar esos estantes altos.
Don Hilario, que escuchaba desde su escritorio, levantó la vista.
—¡Ah, jóvenes exploradores! Tal vez haya algo que les interese en el altillo —dijo con una sonrisa enigmática.
Intrigados, subieron las escaleras de madera que crujían con cada paso. Allí, en un rincón polvoriento, encontraron un libro gigantesco cubierto de telarañas. En su portada de cuero desgastado, estaba grabado con letras doradas: El Libro Sin Fin.
—¿Qué clase de libro es este? —preguntó Luca.
—Vamos a descubrirlo —respondió Emma, abriendo la primera página.
Para su sorpresa, en lugar de palabras, las páginas mostraban imágenes en movimiento, como pequeñas ventanas a mundos distintos. Había caballeros peleando con dragones, un bosque encantado lleno de criaturas mágicas y hasta un cohete despegando hacia las estrellas.
—¡Es increíble! —exclamó Emma.
—Pero... ¿cómo funciona? —preguntó Luca.
Cada vez que pasaban una página, una nueva historia comenzaba, como si el libro leyera sus pensamientos. Pero, justo cuando se emocionaban con una historia de piratas, la siguiente página apareció completamente en blanco.
—¡Oh, no! ¿Qué le pasa al libro? —preguntó Emma, preocupada.
Bajaron corriendo las escaleras y le mostraron el libro a Don Hilario. Él ajustó sus gafas y suspiró.
—Este libro no es un libro cualquiera. Su magia no viene de encantamientos, sino de la imaginación de quienes lo leen. Si las personas dejan de soñar y contar historias, el libro comienza a desaparecer.
Emma y Luca se miraron, comprendiendo lo que eso significaba.
—Tenemos que salvarlo —dijo Emma.
—Pero... ¿cómo? —preguntó Luca.
—Usando esto —dijo Don Hilario, entregándoles una pluma brillante—. El libro está esperando que ustedes escriban sus propias historias.
S
e sentaron junto al gran reloj de péndulo de la biblioteca, que parecía avanzar más rápido con cada palabra que escribían. Emma comenzó a contar la historia de un bosque encantado, mientras Luca añadió un castillo con pasadizos secretos. Página tras página, las historias cobraban vida.
De pronto, las páginas en blanco empezaron a llenarse de colores y movimiento. El libro volvía a latir.
Pero aún faltaba algo.
—No basta con escribir. Hay que compartirlo —dijo Luca de repente.
Entonces, invitaron a los niños del pueblo a la biblioteca. Pronto, las risas y los cuentos llenaron el aire, y el libro, que parecía condenado a desaparecer, brilló como nunca.
Desde ese día, el altillo de la biblioteca se convirtió en el rincón favorito de todos los niños, quienes añadían sus propias historias al libro. Y así, El Libro Sin Fin siguió creciendo, recordando a todos que la imaginación no tiene límites.