La bruja Granuja era la bruja más conocida del lugar. Todos huían de ella, a pesar de ninguno la conocía ni la había visto en persona.
—Huid de la bruja Granuja, que es muy pícara— decían unos.
—No os acerquéis a la bruja Granuja, que es una bribona— opinaban otros.
—Evitad a la bruja Granuja, que es una sinvergüenza y una estafadora— aseguraban en algunos sitios.
Pasaron los años y los defectos, pecados y vicios de la bruja Granuja no había dejado de crecer. Decían de ella que era una ladrona, una canalla, una timadora, una miserable y una golfa. Lo que no había cambiado en todo aquel tiempo era que nadie había visto jamás a la bruja Granuja. Y eso que todos sabían exactamente dónde vivía la bruja.
Un día, una niña muy avispada y curiosa, decidió acercarse hasta la casa de la bruja Granuja. Como había oído tantas advertencias, la niña decidió ir camuflada. Así que cortó unos matorrales lo bastante grandes como para poder esconderse tras ellos y se acercó al lugar donde vivía la bruja.
El camino estaba lleno de hierbajos, agujeros y piedras. Parecía que por allí no pasaba mucha gente. A pesar de ello, la niña avanzaba despacio, con sus matorrales por delante y, en cuento oía algún ruido y dudaba, apoyaba los matorrales en el suelo y se agazapaba tras ellos para no ser vista.
Tardó mucho tiempo en poder ver la casa de la bruja. En cuanto la localizó, empezó a avanzar mucho más despacio, para cerciorarse de que no la veía.
La niña consiguió acercarse a pocos metros de la casa de la bruja Granuja, en un sitio en el que veía muy bien, pero podía permanecer bien escondida, junto a otros matorrales.
Después de un rato vigilando, la bruja Granuja salió de casa. A la niña le llamó la atención que saliera a la calle con la cara tapada. Al principio, la niña pensó que, a lo mejor, se cubría la cara porque era alérgica al polen. Sin embargo, algo no cuadraba, porque la bruja también se cubría la frente y el cuello, y también llevaba unas gafas oscuras.
—¿Por qué llevará gafas de sol, si el día está nublado?— pensó la niña—. ¿Tendrá algún problema con la luz?
Pero justo en ese momento una racha de aire se llevó por delante el pañuelo con el que se cubría la bruja y, al intentar sujetarlo, se le cayeron las gafas.
—¿Qué?— gritó la niña, poniéndose de pie, visiblemente impresionada.
—¿Qué haces tú aquí?— gritó la bruja—. Vete ahora mismo.
—¡Tienes la cara llena de granos!— exclamó la niña—. ¡Son enormes!
—¿Crees que no lo sé? —dijo la bruja—. Por eso me escondo.
—Y por eso te llaman Granuja —dijo la niña—. Y como te da vergüenza no has desmentido todas esas cosas feas y horribles que se dicen de ti.
La bruja Granuja no contestó.
—Voy a ayudarte —dijo la niña—. Vuelvo enseguida.
La niña corrió a su casa y, al cabo de un rato, volvió con un frasco.
—Este es un remedio que hace mi abuela y vale para un montón de cosas —dijo la niña—. Mi hermano se lo da para los granos. No es milagroso, pero te ayudará, ya verás.
La bruja Granuja se dio el ungüento que la niña le había ofrecido. En pocas semanas los granos empezaron a sanar.
Cuando la bruja Granuja se sintió mejor empezó a salir de casa, acompañada de la niña, que se la fue presentando a todo el mundo. Cuando la gente empezó a escuchar la historia se sintió muy avergonzada por haber hablado así de alguien que no conocían y por alimentar rumores.
A partir de entonces, la bruja y la abuela de la niña se asociaron y empezaron a comercializar aquel remedio para los granos que funcionaba tan bien. Y colorín colorado, una nueva historia ha empezado.