Pepe, Lulú, Gus y Tere se acaban de adentrar en el corazón de un oscuro bosque, lleno de cuevas tan escondidas que ni Google Maps podría localizarlas. Su única guía era un viejo panfleto que habían encontrado a la puerta de un viejo local donde se leía “Baticueva - Próxima apertura”, o algo así. El panfleto incluía una especie de mapa y una sola indicación: “Encuéntrame, si te atreves”.
Con sus móviles encendidos en modo linterna, los amigos caminaban, despacio, atentos a cualquier cosa que pudiera pasar.
—¡Guau! —exclamó Pepe, al encontrar la entrada de una cueva—. ¡Esto parece sacado de una película de aventuras, pero con menos presupuesto!
Lulú puso los ojos.
—Eso es porque te olvidaste de traer las linternas de verdad, ¿verdad?
Pepe se encogió de hombros.
— ¿Y para qué? Si con el móvil basta y sobra.
— ¿Y si nos quedamos sin batería? —preguntó Tere, preocupada.
— Ah, ¡por eso traje mi cargador solar! —dijo Gus, mostrando un aparato que parecía sacado de una tienda de bromas.
Pero antes de que pudieran discutir más sobre la tecnología moderna, una misteriosa figura encapuchada surgió de la oscuridad.
—¡Hola, queridos aventureros! —saludó con una voz grave que intentaba ser misteriosa pero sonaba más como la de un presentador de un programa de juegos—. Soy... ¡el Guardián de las Cuevas Secretas!
Tere soltó una risa.
—¡Vaya! Y yo que pensaba que serías más... ¿temible?
El Guardián pareció ofendido.
—¡Esto es serio! Tienen que resolver mi acertijo para entrar en la cueva.
Lulú cruzó los brazos.
—Vale, a ver qué tienes para nosotros.
—¿Cuál es el animal que siempre está mojado?
Los cuatro se miraron entre sí, atónitos ante aquella pregunta tan absurda.
—¡El pez! —exclamaron a la vez.
E
l Guardián hizo una pausa dramática y luego se echó a reír.
—¡Correcto! Pero la verdadera pregunta es... ¿por qué querrían entrar a una cueva húmeda y oscura cuando pueden estar tomando batidos en el pueblo?
Pepe sonrió.
—Buena idea, Guardián. ¿Te apuntas? Lo mismo ya está abierta la nueva tienda de batidos.
—¡La vais a inaugurar vosotros! —dijo el Guardián—. ¡Yo soy el de la tienda! ¡El de la Baticueva!
—¡Podrías haber puesto tu tienda en estas cuevas! —dijo Lulú.
—Lo intenté, pero los de Sanidad no me dieron permiso —dijo el Guardián
Los cuatro amigos se rieron, junto con el Guardián, y pusieron rumbo a la Baticueva para su gran inauguración.