El abuelo de Manolita le regaló media docena de flores amarillas por su quinto cumpleaños para que las plantara en el jardín y las cuidara. A la niña le hizo mucha ilusión. Le dijeron que las flores se harían muy grandes y sus tallos tan altos como ella.
-Y cuando se hagan mayores podrás comerte sus semillas, que están muy ricas -le había dicho el abuelo.
Manolita estaba muy contenta con sus flores amarillas. Eran preciosas. Cada día estaban más altas y más grandes. Pero un día se dio cuenta de que las flores se movían.
-Abuelo, mis flores amarillas se mueven -dijo la niña.
-¿Cómo que se mueven? -preguntó el abuelo-. Las flores no andan.
-¡Ya lo sé, abuelo! Mis flores no se mueven de sitio. Lo que pasa es que cada vez miran hacia un lado.
-Vaya, vaya -dijo el abuelo-. Y ¿hacia dónde miran?
-Una veces miran hacia la derecha, otras veces miran hacia la izquierda o al frente -dijo Manolita-. No sé, abuelo, es muy extraño. Es como si estuvieran buscando algo.
-Tendremos que averiguar qué buscan -dijo el abuelo.
Al día siguiente, Manolita y su abuelo hicieron una pequeña acampada en el jardín para observar a las flores.
-Deberías hacer un dibujo cada hora -dijo el abuelo-. A lo mejor así encontramos eso tan importante que siguen tus flores.
A Manolita le encantó la idea. Entró a por su cuaderno y a por sus lápices de colores. Y cada hora hizo un dibujo de los girasoles y de lo que veía.
Al final del día, el abuelo le preguntó:
-¿Has encontrado lo que buscan los girasoles?
-No -dijo la niña-.
-Fíjate bien -dijo el abuelo-. ¿Qué cambia con las flores?
Manolita miró bien y, después de un rato, dijo:
-Lo único que cambia de sitio es…. ¡el sol!
-Claro, por eso estas flores se llaman girasoles -dijo el abuelo.
-Pero por la noche no hay sol -dijo la niña-. ¿Qué hacen entonces?
-Dan la vuelta para esperar a que el sol salga por la mañana -dijo el abuelo.
-Y ¿qué hacen cuando está nublado? -preguntó Manolita.
-Cuando está nublado los girasoles se buscan unos a otros y se miran entre ellos -dijo el abuelo-.
-¡Qué bonito! -dijo la niña-. Ojalá la gente hiciera lo mismo y se buscaran los unos a los otros y se ayudaran cuando no tienen lo que necesitan.
Y allí se quedaron, abuelo y nieta, hablando sobre lo maravillosa e inteligente que es la naturaleza.