Por raro que parezca, había una vez un bosque, en un lugar frío y sombrío, donde vivía un grupo de monos. Eran unos monos bastante cabezotas, y si se les metía algo en la cabeza no había manera de convecerlos de lo contrario.
Por las noches los monos pasaban mucho frío. Pero como no sabían hacer fuego se refugiaban en lo más hondo de una enorme cueva y se colocaban todos muy juntos para darse calor.
—Si tuviéramos fuego podríamos dormir al raso y pasar la noche bajo las estrellas —decía Monopono, el más anciano de todos. Siempre decía lo mismo.
Un día, al anochecer, Monopono vio luces entre los árboles.
—¡Mirad, fuego! - exclamó Monopono.
—¡Vamos a por él! —gritaron los demás monos.
—Haré un agujero en el suelo para meter el fuego mientras lo cazáis-dijo Monopono.
Los monos fueron corriendo detrás de los puntos de fuego que se movían entre los árboles, pero era difícil de cazar. Y cuando los cazaban y los llevaban al agujero, pasaba algo muy raro.
—¡Fuera, moscas, fuera! —gritaba Monopono.
Y los insectos se iban. Pero los puntos de fuego también.
—¡No os llevéis el fuego, moscas ladronas! —gritaba Monopono.
Y así, noche tras noche, durante muchos días, Monopono y sus compañeros repitieron la misma hazaña, sin conseguir hacer fuego. Y noche tras noche acababan durmiendo amontonados en el fondo de la cueva.
Durante todo este tiempo el Gran Búho los estuvo observando. Pero no se atrevía a decir nada. Hasta que por fin una noche se animó, viendo la desesperación de los monos.
—Monopono, jamás conseguiréis hacer fuego así —dijo el Gran Búho.
—¿Sabes tú acaso cómo resolver el misterio de las moscas robafuegos? —dijo Monopono.
—Monopono, te equivocas —dijo el Gran Búho—. Eso no son moscas ni roban ningún fuego.
—¿Qué dices? —gritó Monopono—. ¿Insinuáis que soy tonto?
—No insinúo nada, digo que te estás equivocando —dijo el Gran Búho.
—Entonces, ¿qué es lo que me traen los demás monos? —preguntó Monopono—. Y si no son moscas ¿qué sale del agujero?
—La respuesta es la misma a las dos preguntas —dijo el Gran Búho—. Son luciérnagas.
—¿Luciérnagas? —dijo Monopono.
—Las luciérnagas con insectos voladores que brillan por la noche —dijo el Gran Búho—. Esos puntos de luz que ves no son de fuego. Y lo que sale del agujero son las propias luciérnagas.
Monopono estaba disgustado.
—Al menos mientras cazábamos el fuego, es decir, a las luciérnagas, teníamos la ilusión de calentarnos después —dijo Monopono.
—Pero ahora podréis emplear el tiempo en algo más útil —dijo el Gran Búho.
—¿Cómo qué? —preguntó Monopono.
Podéis intentar crear el fuego, en vez de cazarlo —dijo el Gran Búho.
Monopono decidió hacer caso al Gran Búho y, tras muchos días de esfuerzo, consiguieron hacer fuego.
Porque los sueños no se cazan: se construyen.