A Julia le gustaban tanto los tomates que ni siquiera se había dado cuenta de que los de su huerta habían perdido todo su sabor. Tuvo que ser su madre quien, un día que fue a visitarla, se lo dijese.
- Estos tomates saben a plástico, Julia - le había dijo extrañada.
- ¿Tu crees? No me había dado cuenta... - contestó sorprendida Julia.
Julia no entendía nada. Los regaba a la misma hora de siempre, los plantaba en la misma tierra y los abonaba con los mismos productos. No entendía por tanto por qué ya no tenían aquel sabor tan intenso que había hecho famosas sus ensaladas en todo el pueblo. Añadiéndoles un poco de cebolla, atún y aceite de oliva Julia preparaba unas cenas exquisitas y sanas. Pero claro, cuando los tomates perdieron su sabor, todo cambió.
Julia se dedicó semanas enteras a investigar el misterio. Volvió a replantar los tomates, consultó libros, preguntó a vecinos... Pero nada, los tomates seguían siendo totalmente insípidos.
- No sirven ni siquiera para hacer salsa de tomate, le decía preocupada Julia a su vecina.
Una noche, ya casi de madrugada, Julia se levantó a beber agua. Desde la ventana de la cocina podía ver toda su huerta. Así que lo pudo ver bien.
Al principio pensaba que estaba soñando e incluso se pellizcó el brazo y se frotó los ojos. Pero estaban allí. Un grupo de extraños seres ataviados con un peto vaquero como el que usaba ella para trabajar la tierra. No debían de medir más de medio metro pero trabajaban asombrosamente rápido. Julia pudo ver, desconcertada, cómo conectaban unos extraños tubos a sus tomateras.
Con cuidado, salió de casa sin hacer ruido y se acercó a la huerta. Desde donde estaba pudo sentir el característico olor de sus tomates, ese olor de siempre que ya casi había olvidado. "¡Me están robando la esencia de los tomates!", pensó.
Siguió observándoles durante un largo rato hasta que lo entendió todo. Por medio de estos tubos, esas criaturas, que se comunicaban entre ellos mediante extraños sonidos, se llevaban el olor y el sabor de los tomates hasta una especie de nave espacial enorme.
Pero Julia tropezó con un cubo que había en el suelo y el ruido distrajo a los extraños seres que se asustaron mucho al verla ahí. Pero el lugar de huir, se acercaron a ella en son de paz, dispuestos a explicarle que estaban haciendo allí y a pedirle disculpas.
Al parecer, procedían de un planeta en el que la tierra se había quedado tan seca que ya nada florecía en ella. Lo habían intentado todo, pero todo tipo de remedios habían fracasado en su intento de poder cultivar aunque fuera un triste calabacín. Así que, el día que oyeron hablar de los famosos tomates de Julia, no se lo pensaron dos veces y decidieron coger prestada la esencia de sus tomates.
Ella al principio se enfadó un poco pero luego sintió lástima de aquellas criaturas en el fondo tan trabajadoras. Así que llegaron a un acuerdo. Ella les enseñaría a cultivar la tierra y, hasta que sus huertos se recuperasen, les daría parte de tu cosecha.