
En un barrio tranquilo empezó a pasar algo extraño. Primero fue el balón azul de Teo. Luego, la comba rosa de Julia. Y, finalmente, el oso de peluche de Lola. Los juguetes de los niños estaban desapareciendo.
Una tarde, mientras Lola y Teo se balanceaban en los columpios del parque, Lola dijo:
—Esto no puede seguir así. ¡Tenemos que resolver este misterio!
—¿Nosotros? —preguntó Teo, un poco nervioso.
—¡Claro! Tú eres bueno observando cosas, y yo... soy buena preguntando. ¡Seremos detectives! —exclamó Lola, con una sonrisa decidida.
Juntos empezaron a buscar pistas por el parque. En un rincón junto al tobogán, encontraron una cuerda parecida a la comba de Julia. Cerca del árbol grande, Teo vio algo brillar: ¡era el cascabel del oso de Lola!
—¿Quién podría hacer esto? —murmuró Teo.
Mientras buscaban más pistas, notaron a Iván, el niño nuevo del barrio, que jugaba solo en un rincón. Llevaba una mochila que parecía estar muy llena. Lola se acercó, segura de sí misma.
—¡Hola, Iván! —dijo, tratando de parecer casual—. ¿Qué llevas ahí?
Iván se puso rojo y apretó fuerte las asas de la mochila.
—Nada importante... —respondió, mirando al suelo.
Pero cuando Iván se fue corriendo, algo cayó de la mochila: ¡era el balón azul de Teo!
—¡Lo sabía! —dijo Lola—. Iván tiene los juguetes.
Lola y Teo decidieron seguirlo. Iván entró en su casa y bajó al sótano. Cuando los dos amigos miraron por la ventana, se quedaron sorprendidos: allí estaban todos los juguetes desaparecidos.
—¡Tenemos que hablar con él! —dijo Lola.
Cuando lo enfrentaron, Iván no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
—Lo siento... Yo solo... no sabía cómo hacer amigos. Pensé que, si tenía los juguetes, los demás querrían jugar conmigo.
Lola y Teo se miraron. De repente, todo tenía sentido.
—Pero Iván, no necesitas robar juguetes para tener amigos —dijo Teo, con suavidad—. Solo tienes que pedirnos que juguemos contigo.

Esa misma tarde, invitaron a Iván a la casa de la abuela de Lola. Ella, con su voz dulce y tranquila, le explicó:
—La amistad se construye con confianza y honestidad. Si quieres que los demás te acepten, primero debes ser sincero contigo mismo y con ellos.
Iván asintió, avergonzado pero aliviado. Al día siguiente, devolvió todos los juguetes y pidió disculpas a los niños. Para su sorpresa, todos lo recibieron con sonrisas.
Desde entonces, Iván, Lola y Teo fueron inseparables. Y en el barrio, las únicas cosas que desaparecían eran las preocupaciones, reemplazadas por las risas de los niños jugando juntos.