Había una vez un mono y un gorila que eran vecinos. El mono se pasaba el día molestando el gorila. Le tiraba piedras, le robaba la comida y le despertaba de la siesta con grandes gritos.
Pero el gorila se hacía el loco y no atendía al mono.
—Un día se aburrirá de mí y dejará de molestarme —decía el gorila. Pero el mono era muy terco y seguía insistiendo.
El gorila empezó a perder la paciencia. Así que una mañana se fue a dar un paseo muy temprano, antes de que el mono se diera cuenta. Cuando el mono se despertó y no vio al gorila se fue a buscarlo.
Al caer la tarde el gorila regresó. Cuando vio que el mono no estaba se alegró mucho.
—Por fin hoy podré cenar y dormir tranquilo —pensó el gorila.
Pero cuando a la mañana siguiente el gorila se despertó y no vio al mono empezó a preocuparse.
—¿Dónde estará el mono? —se preguntó el gorila.
El gorila preguntó a los demás vecinos si habían visto al mono, pero ninguno sabía nada de él.
—Ayer por la mañana se marchó y no hemos vuelto a saber nada de él —dijo la ardilla.
El gorila decidió salir en busca del mono. Tal vez solo se hubiera cambiado de sitio para molestar a otro, pero era muy raro que nadie supiera nada.
El gorila se pasó varios días preguntando por los alrededores. En ningún lugar encontró una pista.
El gorila estaba cansado. Ya estaba a punto de volver a casa cuando escuchó un sonido que le resultaba familiar. Era un chillido agudo y molesto, aunque había algo extraño que le impedía reconocerlo.
Tuvo que pasar un rato escuchando cuando cayó en la cuenta. ¡Era el mono!
—¡Mono! ¡Mono! ¿Dónde estás? —gritó el gorila.
—¡Gorila! ¿Eres tú? ¡Sí, soy el mono! ¡Me he caído en un agujero! —respondió.
El gorila empezó a buscar, pero no veía nada. Hasta que, de pronto, pisó sobre un agujero y se quedó con una pata dentro.
—¡Estoy aquí! —gritó el mono.
El gorila sacó la pata y le dijo:
—¡Voy a buscar algo para sacarte!
Al rato el gorila volvió con una cuerda y se la lanzó al mono.
—Agárrate, que voy a tirar de la cuerda —dijo el gorila.
Cuando el mono consiguió salir le dio un gran abrazo al gorila.
—¡Gracias! ¡Gracias! —dijo el mono.
—Vale, vale, no hay de qué —dijo el gorila.
—¿Por qué has venido a por mí, si solo son un incordio para ti? —preguntó el mono.
—Somos vecinos ¿no? —dijo el gorila—.
—Pensé que me odiabas —dijo el mono.
El gorila miró al mono y le dijo:
—No te odio, pero como vuelvas a molestarme te traigo otra vez aquí y te dejo ahí uno par de días para que te lo pienses.
El mono se quedó muy serio.
—Vamos, es una broma —dijo el gorila—. Volvamos a casa.
Desde ese día el mono y el gorila se hicieron inseparables.