Hace mucho tiempo existió una ciudad llamada Ciudad Maravilla. Aquella era la ciudad más bonita y más rica de todo el mundo. Nunca antes ni después hubo ciudad más pacífica, fresca, limpia y reluciente.
Todo eso era posible gracias al tesoro custodiado en el castillo del Rey, que era el encargado de protegerlo para que la ciudad siguiera siendo maravillosa. Así, generación tras generación.
Con el paso del tiempo Ciudad Maravilla empezó a perder su lustre característico. El Rey apenas se dio cuenta hasta que, un día, vio a dos ciudadanos pelearse en plena calle. Entonces empezó a observar con detenimiento. Las fachadas de las casas estaban sucias, sin flores en las ventanas, los árboles medio secos, las calles embarradas y las gentes no lucían el semblante alegre y pacífico de tiempo atrás.
-¡Oh, no! -exclamó el Rey-. ¡El tesoro! ¡Han robado el tesoro!
El Rey bajó corriendo a los sótanos del castillo. Cuando llegó a la cámara del tesoro pidió a los guardias que abrieran la puerta. Cuando entró y levantó la tapa del cofre descubrió que estaba vacío.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -se lamentó ahora-. Hay que recuperar el tesoro.
El Rey en persona se ocupó de la investigación. Si no recuperaba el legado que había recibido de su tatarabuelo se convertiría en el responsable de la caída de Ciudad Maravilla. Y eso no podía ser. No bajo su reinado, ni bajo el reinado de su hijo.
El Rey habló con todos y cada uno de los habitantes de Ciudad Maravilla, pero no encontró ninguna pista que le ayudara. Ya casi había terminado de hablar con la gente cuando una anciana le dijo:
-Visita al Ogro de la Montaña. Cuentan que él regaló a tu tatarabuelo el famoso tesoro.
El Rey agradeció el consejo, pero no hizo caso. ¿Qué iba a saber una anciana de tesoros perdidos? Además, ¿qué clase de ogro podía vivir? Y, pensando que eran los desvaríos de una anciana delirante, siguió indagando.
Semanas después, el Rey volvió a encontrarse con la anciana. Esta le dijo:
-Por lo que veo, no fuistes a hacer la visita que os recomendé. No me creéis, ¿verdad? Pues yo os digo: no habéis avanzado nada en meses. ¿Qué tenéis que perder? Haced caso del consejo de una anciana, que no tiene otra cosa que ofrecer que su conocimiento y su experiencia.
Finalmente, el Rey decidió ir a ver al Ogro de la Montaña. Tras días caminando, por fin llegó a la guarida del monstruo.
-Llevo semanas esperándote -dijo el ogro-. Me han llegado noticias de que has perdido el tesoro que legué a tus antepasados.
-Nos lo han robado -dijo el Rey-. El cofre está vacío.
-El cofre siempre estuvo vacío, joven Rey -dijo el ogro-. El verdadero tesoro anidaba en el corazón de cada habitante de Ciudad Maravilla.
-No entiendo -dijo el Rey.
-El cofre era un señuelo -dijo el ogro-. El verdadero tesoro era Esperanza, Ilusión y Confianza. El pueblo ha perdido todo eso. Y ese es el motivo por el que Ciudad Maravilla muere día a día.
-Y, ¿qué puede hacer? -dijo el Rey.
-Coge un saco, llénalo de piedras y vuelve a la ciudad -dijo el ogro-. Diles a todo que has recuperado el tesoro y mete las piedras en el cofre sin que nadie te vea.
-¿Volverán así la Esperanza, la Ilusión y la Confianza a Ciudad Maravilla? -preguntó el Rey.
-Volverán -dijo el ogro-. No hay nada tan contagioso ni tan bienvenido en el mundo que eso. La gente lo necesita, pero no siempre sabe encontrarlo sin ayuda.
El Rey agradeció al ogro su consejo e hizo lo que le indicó. Días después Ciudad Maravilla volvió a ser la de siempre.
El Rey buscó a la anciana para darle las gracias, pero no la encontró. Preguntó por ella, pero nadie la conocía. Solo una nota en su escritorio daba fe de que aquella mujer existía. La nota decía:
Cuando me vuelvas a necesitar, volveré. Y el Rey se limitó a susurrar: “Gracias”.