Enrique era un niño muy ordenado, le gustaba mantener su habitación limpia, sus juguetes en su lugar y su ropa doblada y ordenada. Nada fuera de su sitio. Por ese motivo Enrique sabía muy bien si le faltaba algo.
Una tarde, ordenando, Enrique notó que le faltaba una media de cada par, de inmediato fue a preguntarle a su madre.
—Mamá, me está faltando una media de cada par, ¿sabes dónde están? —preguntó el niño.
—Yo las dejé limpias sobre tu cama con el resto de la ropa, cómo siempre. Estaban todas.
—Qué raro, no las encuentro.
El niño volvió a su cuarto y volvió a revisar la pila de ropa, no estaban por ningún lado las medias que buscaba.
A los pocos días sucedió lo mismo. La madre de Enrique le dejó la ropa limpia para doblar y guardar sobre la cama. Cuando Enrique fue a ordenarla, faltaba una media de cada par.
El niño se sentía confundido, su madre le aseguraba que le dejaba todas las medias. Pero él no las encontraba.
De pronto algo extraño sucedió, de abajo de la cama se disparó algo hacia las piernas de Enrique. Era una de las medias que faltaban. Luego otra y otra.
—Ja ja ja —se escuchó desde debajo de la cama.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Enrique entre asustado y curioso.
Nadie respondió. Lo dudo por un momento, pero Enrique juntó coraje, se agachó y miró debajo de la cama. Casi se le sale el corazón cuando vio a un pequeño monstruo con aspecto de niño.
—No tengas miedo, soy tu amigo —dijo el extraño ser.
—¿Quién eres? —preguntó Enrique aún en shock.
—Me llamo Sandy y soy un monstruo de debajo de la cama.
—¿Un monstruo?
—Sí, pero tranquilo no somos malos como muestran en las películas. Solo quiero jugar y ser tu amigo.
—Y por eso me robaste las medias? —preguntó Enrique ya más relajado.
—No sabía de qué otra forma presentarme, disculpa, ahora te las regreso.
El pequeño monstruo se fue hacia atrás, y regresó con todas las medias pérdidas de Enrique.
—Aquí están, además te hice este dibujo espero que te guste —dijo Sandy mientras le acercaba un papel a Enrique.
El monstruo había dibujado al niño sobre la cama ordenando su ropa y debajo a él mismo sonriendo.
—Gracias Sandy, muy bonito. ¿Supongo que ahora tengo ayudante para ordenar el cuarto cierto?
A partir de ese día de presentación, Enrique y Sandy se hicieron grandes amigos, compartían charlas, juegos, miraban películas juntos y, por supuesto, ordenaban la ropa sin que faltará ni una sola media.