Sebastián era un niño que lo tenÃa todo: juguetes, ropa, zapatos, más juguetes… y todo de la mejor calidad. Todo lo que pedÃa, lo tenÃa. Y si no lo pedÃa, también.
Un dÃa, cuando iba al parque, Sebastián vio a un niño muy sucio y con la ropa llena de agujeros y remiendos. El niño estaba jugando en el parque, en el mismo sitio donde Sebastián y sus amigos querÃan jugar.
—Quiero es ese niño se vaya de aquà para que podamos jugar —le dijo Sebastián a su madre.
Pero él tiene el mismo derecho que tú a estar aquÃ, porque el parque es de todos —dio su madre.
—Ya, pero yo tengo más derecho que él a estar aquà —insistió Sebastián.
—¿Por qué? ¿Porque él es pobre y tú no? ¿Crees que eso te hace mejor que él? —preguntó su madre.
Después de pensarlo un poco, Sebastián le dijo a su madre:
—Pues sÃ.
—Me parece que aquà el niño que es realmente pobre eres tú. Pobre y desagradecido.
La madre de Sebastián estaba muy dolida con su hijo por aquellas palabras, asà que tuvo una idea.
—Vamos a invitar a ese niño a pasar unos dÃas en casa con nosotros —dijo—. Hablaré con sus padres.
Pero aquel niño no tenÃa padres. VivÃa con sus abuelos, unos señores muy ancianos que apenas podÃan ocuparse de él. Estos accedieron a que el niño se quedara con aquella familia unos dÃas.
A Sebastián no le quedó más remedio de aguantarse, aunque no le hacÃa ninguna gracia. Pero conocÃa a su madre, asà que sabÃa que más le valdrÃa portarse bien porque, si no, aquel niño terminarÃa viviendo con ellos para siempre.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Sebastián, con toda la amabilidad que pudo reunir.
—Me llamo Chicho —dijo el niño.
Viendo que la cosa empezaba más o menos bien, la mamá de Sebastián dijo:
—Sebastián se encargará de enseñarte la casa, mostrarte dónde puedes dormir y te dará ropa y zapatos. Te lo dará todo nuevo, porque tiene muchas cosas sin estrenar.
Sebastián empezaba a ponerse rojo de ira por momentos. Pero su mamá no se contentó con eso, y continuó:
—También te ayudará con tus tareas escolares. También podrás usar sus juguetes y, por supuesto, también te dejará sus libros.
Sebastián estaba a punto de estallar. Pero se contuvo.
Chicho resultó ser un niño muy educado, muy inteligente y extremadamente servicial. Se ofreció a ayudar en las tareas domésticas y solo pidió una cosa: que le permitieran guardar parte de su comida para llevársela a sus abuelos.
Viendo una oportunidad para quedar bien, Sebastián dijo:
—No creo que haga falta que dejes de comer. Yo mismo iré contigo mañana contigo a llevarle comida a tus abuelos.
La mamá de Sebastián estaba muy satisfecha, y preparó unas buenas bolsas de comida para los abuelos de Chicho.
Cuando fueron al dÃa siguiente a casa de los abuelos de su invitado, Sebastián no pudo creer lo que vio. La casa de Chicho no solo era muy pequeña, sino que estaba destartalada. Apenas tenÃan nada allà y hacÃa muchÃsimo frÃo.
Sebastián enseguida le contó a su madre lo que habÃa visto. Se habÃa quedado muy impresionado.
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€”Lo he visto, Sebastián —dijo su madre—. Ya hemos hablado con los servicios sociales y en breve los abuelos de Chicho se irán a vivir a una residencia de ancianos. Tu padre está con ellos ahora mismo, llevándoles mantas y algo para calentar la casa.
—¿Qué pasará con Chicho? —preguntó Sebastián a su madre. Esta respondió:
—No te preocupes, que no se va a quedar en la calle.
Después de varios dÃas, Sebastián y Chicho se hicieron grandes amigos. Se apreciaban tanto que Sebastián le dijo a su madre un dÃa:
—A lo mejor no es necesario que Chicho se vaya a ninguna parte. Aquà tenemos sitio de sobra y nos llevamos muy bien. Además, aunque tengo de todo, hay algo que nunca podré comprar: un hermano.
Los padres de Sebastián acogieron a Chicho. Ahora, el muchacho es uno más de la familia. Todos juntos van todas las semanas a visitar a los abuelos de Chicho, que se sienten muy agradecidos por haber encontrado una familia tan generosa y tan cariñosa.
Sebastián aprendió que la verdadera riqueza no se mide en las cosas que puedes comprar, sino en el amor y el cariño que seas capaz de regalar. Y que no es más rico el que más dinero tiene, sino el que es más querido por los demás.