En la selva todos sabíamos quién era el rey: el Gran León Aconcagua.
Llevaba más de diez años reinando y todo funcionaba muy bien en la gran selva pero sólo por una razón: todos los que allí vivíamos estábamos muertos de miedo. Cada vez que uno de nosotros incumplía las reglas, como por ejemplo comer alimentos de los animales grandes como panteras, tigres y osos o utilizar plantas no autorizadas para hacer nuestros hogares el Gran León rugía detrás de nosotros o mandaba a sus animales guerreros a mordernos en las patas o los picos para que no lo volviéramos a repetir.
Cuando el Gran León Aconcagua tuvo una cría, el leoncito Sunny, todos los animales estábamos preocupados porque no podríamos soportar dos reyes salvajes en nuestros hogares. Sin embargo a medida que Sunny iba creciendo observábamos como era distinto a su padre. Sunny jugaba con cualquier animal de la selva, no sólo con los animales grandes y fuertes. Además ayudaba a los animales indefensos a construir sus hogares llevando en su boca las ramas de madera y apartando con sus garras las piedras grandes del camino.
Un buen día el Gran León Aconcagua llamó a Sunny y le prohibió salir del palacete de madera donde vivían. Una vez allí le dijo:
- Hijo mío. No entiendo qué está pasando. Me he pasado los diez últimos años esforzándome por ser respetado. Intentando mostrarme como el animal más fiero y poderoso de toda la selva y sin embargo tú ahora te paseas como si fueras el mejor amigo de todos y cada uno de los animales. ¿Qué he de explicarte para que entiendas que tienes que demostrarles tu poder?
- Papá no tienes que explicarme nada. Yo sé que todos te respetan y tienen muy en cuenta todo lo que enseñas pero mira a tu alrededor. En el fondo todos te temen.
- ¡Qué iluso eres hijo mío! Cuando te veas en un peligro delante de otros animales o los cazadores te darás cuenta de que solo mostrando tu poder conseguirás que te escuchen.
- No lo creo papá pero lo tendré en cuenta.
Al día siguiente el Gran León Aconcagua salió de su palacete para observar qué hacían los animales en la selva. De repente una pantera que a la que no había visto jamás posó su garra en su cola impidiéndole continuar con su camino.
- Aquí te tengo Aconcagua. Te queda poco para seguir siendo el rey de la selva. No te escaparás de mis garras.
A
concagua rugió y rugió pero no logró soltarse de las garras de la pantera.
De repente empezaron a llegar animales: ranas, ardillas, osos, monos y todos los miraban pero ninguno de ellos quería ayudar al Gran León Aconcagua. Cuando Sunny apareció detrás de la pantera todos esperaban que le diera un gran mordisco para liberar a su padre y sin embargo se acercó y le dijo tranquilamente:
- Pantera Tampa. ¿Te acuerdas de que hace un mes te ayude a librarte de la trampa de un cazador? Te agradecería que me devolvieras el favor liberando a mi padre.
- Tienes razón Sunny. Es justo. Tu padre tiene suerte de que tú seas su hijo.
Una vez en el palacete el Gran León Aconcagua estuvo tres días retirado a sus aposentos pensando en lo sucedido. Cuando salió, le dijo a su hijo:
- Sunny, hijo. Llevas razón. No puedo seguir gobernando con miedo esta selva. -Se gana mucho más ayudando que asustando.
- ¡Bien dicho papá!
Y padre e hijo se dieron un fuerte abrazo.