Eran muchos los pescadores que se acercaban para pescar en la laguna del pueblo para luego vender lo que obtenían en la feria semanal. Uno de ellos era Miguel.
Miguel acudía a pescar desde hacía ya muchos años a la laguna. El hombre se sustentaba únicamente de la venta de los peces que obtenía en sus horas de pesca. Sus ventas eran buenas, pero nunca podía superarse. Los competidores de Miguel que también vendían pescado en la feria del pueblo ofrecían mucha más variedad de peces que él, y por ende a Miguel solo le quedaban los clientes que le habían cogido cariño con el paso de los años y por eso lo seguían eligiendo.
El pescador no entendía lo que pasaba. Él dedicaba horas y horas a pescar. Acudía a la laguna en diferentes horarios, tenía buenos elementos y cañas e incluso variaba mucho sus carnadas. Pero nada de todo eso parecía funcionar, Miguel solo obtenía siempre la misma especie de peces, nada diferente.
Una tarde Miguel estaba a punto de colapsar de tanta frustración que sentía, no tenía idea de cómo hacer para mejorar su negocio. Así que para relajarse ató su bote a la orilla de la laguna, dejó sus elementos de pesca dentro de él y fue a tumbarse a la sombra de un árbol para descansar un poco y beber una limonada que había llevado consigo.
—¿Qué tal, Miguel? —exclamó una voz interrumpiendo su descanso. Cuando el pescador se incorporó, vio que se trataba de un viejo vecino que vivía cerca de la laguna.
—Pues aquí, tratando de dejar de lado el estrés de esto —respondió Miguel resoplando.
—¿Estrés? ¿Qué anda pasando, hombre?
—Es que las ventas están estancadas, no puedo hacerles frente a mis competidores ya. Ellos venden una gran variedad de pescados y yo siempre tengo lo mismo. Así acabaré perdiendo a los pocos clientes que me quedan— suspiró Miguel.
—¿Cómo es eso?
—Tal como escuchas, creo que me voy a buscar un empleo en otra cosa.
—Pero no seas ridículo Miguel, solo tienes que cambiar de sitio donde pescas.
—¿Qué dices? —respondió el pescador confundido.
—Desde mi casa veo perfectamente la laguna Miguel, te veo todos los días a ti y a los demás pescadores. Tú siempre te instalas en el mismo sitio a pescar. Día tras día, año tras año.
—¿Y qué hay de malo con eso?
–Simple, ¿cómo crees que vas a encontrar cosas diferentes si siempre buscas en el mismo lugar?
El hombre se echó a reír y se fue, saludando a Miguel con un movimiento de su mano.
Miguel se quedó atónito, ¿y si el hombre tenía razón? ¿Tan simple podría ser la solución al problema que tanto lo atormentaba?
Al día siguiente, Miguel decidió probar la hipótesis del vecino, así que fue a pescar y eligió para ello un sitio de la laguna diferente al de siempre. Al cabo de unos minutos, y para su sorpresa, empezó a recoger peces diferentes a los que habitualmente recogía. Esa tarde el pescador se fue muy contento con todo lo que ese día había obtenido.
Así que los días siguientes siguió con la estrategia de cambiar de sitio, y la pesca fue cada vez más variada y abundante.
De esta manera, el negocio de Miguel comenzó a progresar poco a poco y llegando a niveles que ni él mismo habría pensado. Nunca olvidó aquella conversación a la sombra de un árbol.