Érase una vez un pirata tuerto que soñaba con recuperar su ojo perdido. El pirata habÃa oÃdo hablar de una bruja que podÃa ayudarlo.
De camino a la isla donde vivÃa la bruja, el pirata tuerto se encontró con una sirena que nada con dificultad.
—¿Qué te pasa, amiga sirena? —gritó el pirata desde su barco.
—Voy en busca de una bruja que vive en una isla en esta dirección —respondió la sirena.
—Se te ve cansada y con dificultades para nadar —dijo el pirata.
—Es porque me falta un brazo —digo la sirena.
—¡Eres manca! —dijo el pirata—. Por eso vas a ver la bruja, ¿no? Para que te devuelva el brazo.
—Eso es. ¿Cómo lo sabes? —dijo la sirena.
—A mà me falta un ojo y voy a ver a la bruja para que me lo devuelva —dijo el pirata.
—Entonces vamos al mismo sitio —dijo la sirena.
—Si quieres te lanzo una cuerda para que te agarres a ella. Asà te costará menos llegar —dijo el pirata.
La sirena aceptó y asà fueron juntos hasta la isla donde vivÃa la bruja. Esta, en cuando los vio llegar, adivinó lo que buscaban.
—Tú, pirata, quieres el ojo que te falta. Y tú, sirena, quieres el brazo que no tienes.
—No cabe duda de que eres una bruja observadora —dijo el pirata.
—Puedo conseguir lo que buscáis, pero todo tiene un precio —dijo la bruja.
—Tengo oro para pagarte —dijo el pirata.
—Yo he traÃdo un collar de piedras preciosas —dijo la sirena.
—No me refiero a eso, amigos —dijo la bruja—. El precio que tenéis que pagar no tiene que ver con el oro ni con las piedras preciosas.
—¿Quieres nuestras almas? —preguntó el pirata.
La bruja, muy ofendida, replicó:
—¿Qué te crees, que soy el diablo o algo as� No quiero vuestras almas, ni vuestro oro, ni vuestras joyas. El precio que tenéis que pagar consiste en renunciar a algo para conseguir lo que queréis. Y esa renuncia tiene que tener tanto valor como aquello que deseáis.
El pirata tuerto y la sirena manca se quedaron en silencio, pensando.
—¿Qué propones? —preguntó la sirena.
—En vuestro caso, es sencillo: un intercambio. El pirata te dará un brazo a cambio de que tú le des un ojo.
—¡No! —gritaron el pirata y la sirena.
—Me gustarÃa recuperar un ojo, pero no sé qué harÃa si ahora renunciara a un brazo —dijo el pirata.
—Y a mà me gustarÃa recuperar un brazo, pero no sé qué harÃa yo ahora sin un ojo —dijo la sirena.
—Entonces, tendréis que darme algo para que lo convierta en lo que os falta —dijo la bruja.
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€”¿Cómo qué? —preguntaron el pirata y la sirena.
—No sé, una pierna, la lengua… el culete me valdrÃa también —dijo la bruja.
—¡No! —gritaron el pirata y la sirena.
—Prefiero quedarme como estoy —dijo el pirata.
—Y yo —dijo la sirena.
—Pues ya está todo dicho —dijo la bruja. Y se marchó.
El pirata tuerto y la sirena manca volvieron por donde habÃan ido.
—Pues tendremos que aguantarnos asà —dijo el pirata.
—La solución era muy peor y, al fin y al cabo, ya nos hemos acostumbrado, ¿no? —dijo la sirena.
—Si quieres podemos viajar juntos y echarnos una mano —dijo el pirata.
—O un ojo —dijo la sirena.
Y eso hicieron. Aceptaron de una vez por todas sus problemas y, desde entonces, prestan más atención a todo lo bueno que tienen en vez de pasarse el dÃa penando por lo que no.