Érase una vez, un bosque en el que vivían un montón de animalitos que siempre estaban haciendo cosas para divertirse. Saltaban por los árboles, jugaban al escondite y todos los años organizaban una carrera en la que participaban todos.
Había un ratón que era muy rápido y que siempre ganaba. Además, el ratón no era muy humilde y alguna vez que otra se burlaba de sus compañeros:
- Tortuga, ¡a ver si espabilas! ¡Que no corres nada! Y vosotras las hormigas, ¡Mejor quedaros en casita porque en la carrera no tenéis nada que hacer!
Un día, un conejo llegó muy contento al bosque:
- ¡Mirad lo que he encontrado! ¡Os va a encantar! – dijo a todos sacando de una bolsa un montón de zapatillas de colores.
- ¡Cuántas zapatillas! ¿Para qué sirven? – preguntaron
El conejito les explicó que eran unas zapatillas mágicas con las que podrían correr a la velocidad de la luz en la carrera.
La tortuga se puso muy contenta y en seguida eligió unas zapatillas verdes a juego con su caparazón.
- ¡Qué bien! ¡Ahora correré tan rápido como vosotros! – dijo la tortuga
Igual de contentas se pusieron las hormiguitas:
- ¡Nosotras también correremos más rápido! ¡Ahora será más divertido! ¡Nos quedamos con las amarillas!– dijeron ellas
Todos los animalitos estaban muy entusiasmados con sus zapatillas de colores. Había para todos, incluso para el ratón, que sin dudarlo un momento, también cogió las suyas:
- Yo me quedo con las rojas, aunque a mi no me hacen falta ningunas zapatillas porque yo siempre seré el más rápido - dijo con un tono muy burlón.
Todos se dieron cuenta de lo envidioso y tontorrón que era el ratón, pero como había zapatillas para todos, dejaron que cogiera sus zapatillas.
Como cada año todos organizaron una carrera para estrenar sus zapatillas. La tortuga fue con sus zapatillas verdes, las hormigas con sus zapatillas amarillas y el ratón llegó muy enfadado a la carrera:
- ¿Quién me ha quitado las zapatillas? – dijo gritando a todos
Nadie sabía nada de sus zapatillas, pero todos intentaron tranquilizarlo.
- A ver ratón, nadie te ha quitado tus zapatillas. Seguro están por algún sitio – le dijo con tono tranquilizador la tortuga.
- ¡Mentira! Sé que me las habéis quitado vosotros porque sabéis que soy el más rápido y no queréis que os gane.
A los animalitos no les gustó nada la actitud del ratón porque les estaba culpando de algo que ellos no habían hecho. Entonces, todos decidieron ponerse a buscar las zapatillas para demostrar al ratón que estaba equivocado y que se estaba portando muy mal con ellos.
Buscaron por todos lados, hasta que por fin alguien encontró las zapatillas rojas del ratón.
- Ratón, aquí están tus zapatillas y, para que lo sepas, las tenía tu mamá ratona porque las estaba limpiando para que estuvieran perfectas para la carrera – le dijo el conejo.
El ratón se puso colorado como un tomate y se avergonzó de haber culpado a todos los animalitos.
T
odos estaban mirándolo y finalmente fue la tortuga quien habló en nombre de todos:
- Organizamos esta carrera cada año para pasarlo bien. Todos tenemos cosas buenas y cosas menos buenas. Tu eres muy rápido y no te hacen falta unas zapatillas para correr más, además nosotros no hacemos esto para competir sino para pasar un rato divertido entre todos. Aquí tienes tus zapatillas para correr con nosotros. Esperamos que te des cuenta de que no debes burlarte de los demás ni culpar a nadie cuando no estés seguro.
El ratón se dio cuenta de que siempre se había portado muy mal con todos y aprendió que lo importante no era ganar sino pasárselo bien.
Ese día corrieron todos y el ratón, como muestra de arrepentimiento, corrió sin sus zapatillas mágicas. La verdad es que era muy rápido, pero ese día no ganó él sino que por primera vez ganó la tortuga.
Desde entonces, todos aprendieron a respetarse y valorarse unos a otros y nunca más el ratón se burló de los defectos de los demás. Compartieron sus zapatillas mágicas y nunca nadie fue ni peor ni mejor, sino que entre todo lo pasaron requetebién.