Érase una vez un pequeño patio de una comunidad de vecinos que siempre tenía muchas cosas colocadas en todos los lugares vacíos. Había macetas, había carretillas, maletín de herramientas, pinzas de la ropa, una mesa de madera, un jarrón chino vacío y juguetes de niños. También había un edificio con un gran ventanal y todas las mañanas se veía como los dibujantes y arquitectos que trabajaban dentro tenían sus utensilios, sus dibujos, sus carpetas y sus colores.
Un pequeño ratón vivía entre todas las cosas que había en el patio. A veces dormía debajo de la carretilla, se alimentaba de todo un poco, jugaba al escondite con insectos entre las macetas y vivía muy feliz salvo por una cosa. A nuestro pequeño ratón le gustaba mirar por la ventana de los dibujantes y quedarse con la naricita pegada al espejo viendo como usaban sus lápices, sus colores, sus ordenadores. Le parecía que dibujar era algo mágico, nada le haría más feliz que saber pintar.
Todos los días alguno de los dibujantes lo descubría e incluso le sacaban fotos, les parecía entrañable, incluso para ser un ratón tenía una larga cabellera que le hacía parecer un hámster.
Un día un niño se asomó a la ventana y sorprendió al ratón que vigilaba de nuevo uno de los dibujos del ilustrador.
- ¡Hay un ratón enorme papá! -dijo el niño señalando para el cristal.
- Si cariño. Es nuestra mascota, todas las mañanas se asoma a vernos -contestó el papá.
- Voy a acercarme más -dijo el niño sonriendo con simpatía.
El niño se acercó a la ventana y se puso a hablar con el ratón incluso indicándole que le abriría la ventana. El ratón sorprendido así lo hizo y cuando una pequeña ventana quedo abierta el ratón salto y cayó al suelo.
- Ratón, ratoncito. ¿Quieres que te enseñe la oficina? -dijo el niño en un susurro.
El ratón no quiso perder la oportunidad y le dijo:
- Gracias pequeño. Lo único que yo quiero es dibujar.
- ¿Dibujar? Eso es muy fácil. – El pequeño miró para los dos lados, ningún adulto los había descubierto. Cogió una caja de ceras y un folio y se lo tendió al ratón en el suelo que empezó a caminar encima de la hoja blanca.
- Pero no camines encima que se ensuci
a la hoja. Mira puedes mover estos lápices de colores y pronto verás que ya se forma algo divertido.
El niño no le daba importancia a que nuestro ratón supiera hablar.
Ratoncito estaba maravillado movía las ceras de un lado para otro por el folio y pronto vio como los colores se entrelazaban entre ellos. Era increíble. Había hecho un dibujo. Iba a enseñárselo bien al pequeño cuando se oyó un grito que decía: ¡Ha entrado el ratón! ¡Hay que echarlo de aquí! El niño se levantó del suelo y ratoncito se fue corriendo otra vez por la ventana antes de que los adultos lo cogieran. Nunca pudo agradecer a su amigo el niño que le había ayudado a cumplir un gran deseo, se había convertido en el ratón que sabía dibujar.