Había una vez un reino gobernado por perros. Al menos eso decía la leyenda que Emma y Alex escuchaban de su tío Leo desde que eran pequeños, una leyenda que había pasado de padres a hijos durante generaciones.
Un día, buscando en un baúl en casa del abuelo, Emma encontró un mapa.
—Alex, mira, esto parece…
—¡El Reino de los Canes! —interrumpió Alex—. Tenemos que ir. Este mapa nos indica cómo llegar.
Emma y Alex se pusieron en marcha. El mapa los llevó hasta un viejo parque que parecía abandonado, lleno de maleza y muy mal cuidado.
—Según el mapa hay que mirar en el hueco de aquel viejo roble —dijo Emma.
Dentro del hueco, Alex encontró un extraño collar. Era muy hermosos y de él salí un misterioso resplandor. No podían evitar sentir que ese collar escondía un secreto, una historia esperando ser descubierta.
—Espera, que te lo pongo —dijo Alex.
En cuanto lo hizo, los niños fueron transportados mágicamente al Reino de los Canes. Sorprendidos, pero cautivados por la sorpresa de ese nuevo mundo, los niños fueron recibidos por Otto, un sabio y amable perro que les explicó la realidad de ese peculiar reino.
—Bienvenidos, pequeños amigos —dijo Otto con una voz calmada y profunda—. Este es un mundo donde nosotros, los canes, después de años de ser malentendidos y a veces maltratados, hemos creado un espacio propio.
—¿Cómo es posible que puedas hablar? —preguntó Alex.
—Ese collar nos permite comunicarnos —dijo Otto—. A mí también sorprende oíros ladrar.
—Si es cierto lo que dices, ¿desaparecerán todos los perros de nuestro mundo para venir aquí? —preguntó Emma.
—Ojalá no tuviera que pasar eso —dijo Otto—. Aunque hemos encontrado paz aquí, sabemos que la verdadera armonía solo se logra cuando todos los seres aprendemos a respetarnos y valorarnos mutuamente. Sería maravilloso poder volver con nuestros amigos, los humanos.
—Otto, en nuestro mundo, amamos a los perros y siempre nos entristece cuando alguien no lo hace —dijo Emma—. Mi hermano Alex y yo queremos ayudar.
Otto sonrió y los guio a través del Reino de los Canes. Los niños se sorprendieron al ver que allí había humanos también, pero los perros no eran sus mascotas.
—Nuestros humanos no tienen interés en ser nuestros amigos, solo en gobernar este reino, que es nuestro —dijo Otto—. Eso provoca rivalidad y conflicto.
—Tiene que haber alguien aquí que quiera la paz —dijo Alex.
—Ese soy yo —dijo un hombre que apareció por allí.
—Os presento al señor Gruff, nuestro humano favorito —dijo Otto—. El señor Gruff intenta ayudar, pero no ha conseguido gran cosa todavía. Conoce una antigua leyenda que podría ser la solución, pero hacen falta humanos para conseguir el cambio.
—Según una antigua leyenda, podríamos conseguir la paz si tres humanos lo desean con todas sus fuerzas y lanzan su petición a la Gran Montaña Canosa.
—¡Vamos! Nosotros deseamos con todo nuestro corazón que haya paz entre humanos y perros —dijo Alex.
D
espués de varios días de viaje, el grupo llegó a la montaña y, unidos, expresaron su deseo de un mundo donde todas las especies pudieran vivir en armonía, aprendiendo los unos de los otros y compartiendo amor y respeto.
La montaña brilló con una luz cegadora y, cuando volvieron a abrir los ojos, se encontraron en el parque donde todo había comenzado. Pero algo había cambiado. El parque estaba limpio y cuidado. Otto estaba allí, ladrando de alegría, junto con otros perros, que también ladraban felices.
Junto a ellos, varias personas se acercaban, los acariciaban y les ofrecían su cariño.
—¿Dónde está el señor Gruff? —dio Alex.
—Lo conseguimos, amigos —dijo el señor Gruff desde lo alto del roble—. Llevaos a Otto. ¡Tengo que crear el Reino de los Gatos!
Y se evaporó.
—¿Será un mago? —preguntó Alex.
Otto ladró.
—¿Entiendes lo que digo?
Otto ladró otra vez.
—Vamos, Otto, querrás conocer tu nueva casa —dijo Emma.
Otto ladró de nuevo, feliz de haber ayudado a sus amigos peludos y de tener dos nuevos compañeros de los que cuidar.