Tomás era un niño muy curioso al que le encantaba correr por las calles de su pequeño pueblo, descubrir rincones escondidos y, sobre todo, soñar con inventos increíbles.
Un día, mientras jugaba cerca del viejo laboratorio del Profesor Tictac, algo brilló entre los arbustos. Era un reloj. Pero no un reloj cualquiera: era grande, con muchas manecillas y botones extraños. Y tenía algo grabado en la parte trasera que decía: "Manipular con cuidado".
—¡Qué raro! —dijo Tomás, mientras lo levantaba—. Me pregunto qué hará este reloj...
Sin pensarlo mucho, Tomás apretó un botón rojo que estaba en el centro. De repente, el mundo a su alrededor empezó a girar y a distorsionarse. El viento sopló con fuerza y, cuando Tomás abrió los ojos, ya no estaba en su calle.
Estaba en el pasado.
Todo parecía igual, pero las casas eran más pequeñas, y las personas vestían ropas antiguas. ¡Tomás había viajado en el tiempo!
—¡Increíble! —gritó emocionado—. ¡Voy a probar esto más!
Tomás comenzó a viajar a diferentes momentos. Fue al pasado, al futuro, cambió pequeños detalles sin pensar en lo que pasaría después. Movió una piedra en la plaza del pueblo, cambió una flor en el jardín del parque, y hasta jugó con los relojes de la torre. ¡Qué divertido era cambiar cosas!
Pero, pronto, las cosas empezaron a salir mal.
El pueblo no era el mismo cuando Tomás regresó.
Las estaciones se habían mezclado: hacía calor en pleno invierno y nevaba en verano. Las casas cambiaban de lugar y algunas desaparecían.
Pero lo peor de todo fue que algunos amigos de Tomás ya no lo reconocían.
—¿Quién eres tú? —le dijo su mejor amiga, Nora, cuando la vio en la plaza.
Tomás sintió un nudo en la garganta. ¿Qué había hecho? El reloj era poderoso, pero también peligroso.
Tomás corrió al laboratorio del Profesor Tictac. Sabía que él era el único que podía ayudarle.
—Profesor Tictac, ¡he usado mal el reloj del tiempo! —exclamó Tomás, mostrando el artefacto.
El Profesor Tictac lo miró con preocupación.
—¡Oh, no, no, no! —dijo el profesor, sacudiendo la cabeza—. Ese reloj es muy poderoso. ¡Debe usarse con gran responsabilidad, Tomás!
—Lo siento... no pensé que cambiaría tanto —dijo Tomás con la cabeza baja.
—Ahora debes corregir lo que has hecho —dijo el profesor, poniéndose su bata—. Y necesitarás ayuda.
Tomás llamó a Nora. Ella, aunque no lo recordaba bien, decidió acompañarlo. Juntos, viajaron de nuevo al pasado, pero esta vez con mucho cuidado. Fueron a cada uno de los momentos que Tomás había alterado: devolvieron la piedra a su lugar, arreglaron el reloj de la torre y dejaron la flor en su maceta. Poco a poco, el pueblo volvió a ser como antes.
Pero cuando pensaban que todo estaba arreglado, el reloj comenzó a emitir un fuerte zumbido. Había un último error en el futuro que no habían solucionado.
—Tomás, si no arreglas esto, yo desapareceré —le dijo Nora, señalando una fecha en el reloj.
Tomás sintió miedo. No quería perder a su amiga.
C
on el tiempo corriendo en su contra, viajaron al futuro, donde descubrieron que un pequeño cambio que Tomás hizo en el pasado haría que Nora nunca naciera. Tenían solo unos minutos para arreglarlo. Tomás, con cuidado, corrigió su error, asegurándose de no tocar nada más.
Por fin el pueblo volvió a la normalidad. El calor volvió al verano, la nieve al invierno, y Nora seguía a su lado.
—Gracias, Tomás —dijo Nora sonriendo—. No sé qué pasó, pero me alegra que estés aquí.
Tomás sonrió. Había aprendido una lección muy importante: cada acción tiene consecuencias, y ser responsable es clave para evitar el caos.
Desde ese día, Tomás nunca volvió a tocar el reloj sin pensar dos veces en lo que hacía. Y cuando lo guardó, prometió que siempre tendría cuidado con las decisiones que tomaba, porque sabía que podían cambiar el mundo.
—Quizás el reloj del tiempo no era para mí —dijo Tomás—. Pero sí lo es aprender a ser más responsable.
El Profesor Tictac sonrió, y el reloj quedó guardado, esperando a ser usado con sabiduría, algún día.