Estación espacial española, año muchoscientosmil trescientos uno. La astronauta Elisa realiza una complicada reparación en la parte más alta de la torre más alta de la estación. Algo falla, y la astronauta Elisa acaba flotando por el espacio, cada vez más lejos de la estación espacial.
—Rápido, hay que ir a buscar a Elisa —gritan dentro de la estación.
Pero la astronauta Elisa se aleja rápido. Fallan los propulsores, fallan las comunicaciones.
—Al menos, no falla el oxÃgeno —dice para sà la astronauta Elisa, que se deja llevar para no gastar energÃa, confiando en que su equipo la rescatará.
Pasan las horas, y la astronauta Elisa está cada vez más lejos de la estación.
—Un poco más y llego a Marte —bromea la astronauta Elisa, para sà misma otra vez.
Otra cosa no, pero el humor no le falla nunca a la astronauta Elisa.
Lo que empieza a flojear es la esperanza de ser rescatada. Solo le queda una baza. Y asà se lo dice a sà misma:
—Siempre pensé que habÃa vida en Marte. Seguro que sÃ, que hay vida en Marte. Y seguro que los marcianos me rescatan, en cuanto me vean, aunque solo sea para estudiarme como vida extraterrestre.
Elisa sigue pensando en ello cuanto notó que algo tiraba de ella, como si la succionara, hasta meterla en una nave espacial.
—Si ya lo decÃa yo —dice Elisa.
—¿Qué decÃas tú, terrÃcola? —dice una voz.
—¿Eres un marciano? —pregunta Elisa.
—Soy una marciana, sÃ, y acabo de rescatarte.
—¡Lo sabÃa! —exclama Elisa, todavÃa sorprendida por su buena suerte, pero sin poder ver a su rescatadora.
—Ponte el cinturón, que nos vamos a Marte —dice la marciana.
Cuanto aterrizaron, Elisa salió de la nave. Estaba en una especie de base subterránea. Pero allà no habÃa marcianos, solo terrÃcolas.
—Hola, Elisa, bienvenida a Marte. Soy Lunia, la marciana que te ha rescatado.
Elisa, sin salir de su asombro, dice:
—Tú no eres marciana; eres terrÃcola, como yo. Por cierto, gracias, Lunia. Si no llega a ser por ti…
—No hay de qué, Elisa. Y sÃ, soy marciana, porque nacà aquÃ, en Marte. Mis tatarabuelos llegaron aquà hace un montón de años, como lo de todos los que viven aquÃ. Asà que sÃ, somos todos marcianos.
—¿Y qué habéis hecho con los marcianos nativos? —pregunta Elisa, preocupada.
—Aquà no habÃa vida, Elisa —dice Lunia—. No hasta que llegamos nosotros.
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€”¡Qué chasco! —dice Elisa. Luego lo pensó un momento y dice: En la Tierra nadie sabe que hay gente viviendo en Marte.
—Lo mantenemos en secreto —dice Lunia—. Solo unos pocos lo saben. Aquà experimentamos y buscamos soluciones a los problemas de la Tierra. Sin guerras, sin intereses económicos o polÃticos.
—Entiendo —dice Elisa—. ¿Qué va a ser de mà ahora? ¿Me vais a devolver a la Tierra?
—SerÃa peligroso para el proyecto —dice Lunia—. Pero puedes avisar a tu familia de que estás viva, siempre y cuando sean personas de fiar.
—Lo son, no te preocupes —dice Elisa.
Elisa avisa a su familia y les pide que guardaran la información en secreto. Estos lo entienden y prometen no decir nunca nada.
Por supuesto, esto que te cuento no es más que un cuento. En Marte no vive nadie, de momento.