Érase una vez un pequeño pueblo rodeado por un extenso y misterioso bosque, el Bosque Susurrante. En aquel pueble vivía Diana, una niña que encontró consuelo en los árboles cuando las palabras de los demás se volvían demasiado fuertes. Diana era una niña callada y amable, pero que se agobiaba mucho cuando la gente hablaba mucho y no decía nada bueno. Esta es su historia.
Un día, mientras paseaba por el Bosque Susurrante, ocurrió algo maravilloso. Un árbol robusto y antiguo, al que llamaban el Gran Roble, comenzó a hablarle.
—Hola, pequeña —murmuró Gran Roble con una voz suave y profunda—. Siempre has sido amiga de este bosque, y necesitamos tu ayuda.
Diana abrió mucho los ojos, sorprendida. Cuando se recuperó de la impresión, la niña se acercó y tocó suavemente la corteza del árbol.
—¿Cómo puedes hablar? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Una maldición me robó mi humanidad y me transformé en un guardián de estos bosques —explicó Gran Roble—. Pero una mayor amenaza se cierne sobre este lugar. Sombra Siniestra, una criatura de oscuridad y soledad, busca apoderarse del bosque, y solo alguien con un corazón puro puede detenerla.
Diana sintió un escalofrío de miedo, pero también una chispa que se despertaba en su interior. Recordó las veces que el bosque había sido su refugio y supone al instante que no podía abandonarlo ahora.
—¿Qué tengo que hacer? —dijo Diana, con una voz segura y fuerte.
—Trepa a mis ramas, yo te llevo —dijo Gran Roble, sacando las raíces de la tierra.
Diana atravesó el Bosque Susurrante montada en su nuevo amigo, mientras árboles y arbustos susurraban palabras de ánimo a su paso.
—¿Ellos también están malditos? —preguntó.
—Así es, pero no tienen casi voz, así que te ofrecen lo poco que pueden para agradecer tu esfuerzo —dijo Gran Roble.
Tras una larga caminata llegaron a la Cueva Oscura, el lugar donde se escondía Sombra Siniestra. En cuanto lo vio, aquella criatura, una vez humana, ahora una masa de penumbra y desesperación, les roció con sufrimiento y temor.
Pero Diana, recordando las palabras de Gran Roble y de todos los que les habían dado ánimos por el camino, dio un paso adelante y extendió la mano hacia Sombra Siniestra.
—Sombra Siniestra, veo tu dolor —dijo, su voz clara y calmada—. Pero el odio solo genera más odio. Permíteme ser tu amiga y encontrar juntas la luz.
Sombra Siniestra sintió una extraña punzada en su interior. Miró a los ojos de Diana y algo cambió. La oscuridad empezó a retroceder hasta dejar a una joven que había sido consumida por la soledad y el abandono.
Diana, sin juzgarla, la cogió por el brazo y llevó hasta Gran Roble. La joven lo abrazó y la poca oscuridad que todavía la envolvía desapareció por completo, a la vez que Gran Roble y el resto de habitantes del Bosque Susurrante recuperaban su forma humana.
Gran Roble, convertido nuevamente en un amable anciano, sonrió a Diana y a la joven que antes había sido Sombra Siniestra.
—Tu voz es poderosa, Diana —dijo el anciano—. No dejes que nadie la apague nunca más.
Diana se llevó a aquella joven a su casa, donde su familia la acogió con cariño y le dio un nuevo hogar.
El lugar donde antes se hallaba el Bosque Susurrante es ahora un prado lleno de flores rodeado de cabañas donde viven sus antiguos habitantes.
Todos ellos, liberados de las sombras que los encadenaron durante tanto tiempo, se dedicaron a ayudar a los demás.