Cada verano, Pablo era el único de sus primos al que picaban los mosquitos. Estuviesen en el pueblo o en el campamento, del resto de niños parecían huir mientras que a él lo llenaban de picaduras.
Cada noche, cuando intentaba conciliar el sueño, un molesto mosquito insistía en zumbar alrededor de sus oídos. Al final, apenas dormía. No se podía poner repelente porque le producía alergia en la piel. Pablo pensaba que el único propósito de los mosquitos en la vida era evitar que pudiese descansar plácidamente. Estaba seguro de que ese zumbido era el mismo sonido del diablo.
Un día que por suerte pudo dormir, Pablo soñó aun así con mosquitos. Un pequeño ejemplar le explicó la razón de ese molesto zumbido.
-Las únicas que zumbamos en vuestros oídos somos las hembras- le explicó.
Le dijo que son las hembras las que necesitan alimentarse de sangre humana para obtener ciertas proteínas esenciales que les permitan incubar sus huevos y que estos sean fértiles.
-Pero no te creas que la tenemos jurada con vosotros los humanos, también nos podemos alimentar de la sangre de otros mamíferos- se justificó el insecto.
-Pero seguro que a un perro vuestros zumbidos no le molestan como a mí- dijo Pablo enfadado.
El pequeño insecto explicó al niño que la trompa con la que pican se llama probóscide. Con ella succionan la sangre pero, a la vez, introducen una especie de saliva que es la que causa el picor después de que nos pique un mosquito.
-¿Y cómo sabéis dónde y a quién picar?- preguntó Pablo.
-En nuestra cabeza y antenas tenemos unos receptores para detectar los mejores sitios donde picar- explicó el mosquito hembra.
E
l insecto explicó que buscan calor corporal, humedad y dióxido de carbono y que por eso dan vueltas alrededor de las cabezas de las personas. Porque es precisamente CO2 lo que exhalamos al exterior y eso a los mosquitos les encanta.
-¿Y el zumbido? La mayoría de las noches no me dejáis dormir- protestó Pablo.
-El zumbido no es más que el sonido de nuestras delgadas alas al batirse rápidamente durante el vuelo. Es algo que no hacemos a propósito, Pablo- se justificó el insecto.
Cuando despertó de aquel sueño tan revelador, Pablo, aunque los mosquitos le siguieron molestando, entendió un poco mejor sus razones.