En un pueblo del interior de la selva vivía una joven gorila llamada Emilia. Siempre había deseado con todas sus fuerzas salir de allí. Le agobiaba que todo el mundo se conociese. Es más, todo el mundo era familia. El panadero era primo del peluquero y el maestro el sobrino del farmacéutico. Emilia quería salir de allí y descubrir su propio camino.
Un día una gran noticia se extendió por todo el pueblo. Un circo famoso en todo el mundo recorrería el país en busca de la gorila ideal para unirse a ellos y ser la nueva acróbata. Cuando Emilia escuchó la noticia se juró a sí misma que lo lograría y que se sumaría al equipo de artistas para recorrer el mundo entero de carpa en carpa.
El día en el que la comitiva de caravanas del circo llegó al pueblo de Emilia ella aún no tenía ninguna estrategia para conseguir el puesto de acróbata. Entonces se acordó de la historia de la bruja Cleo, que había ayudado a varias personas de su pueblo con sus hechizos y pociones. Juntó todo el dinero que tenía y se dirigió a la casa de la bruja para explicarle su situación. La bruja cogió el dinero y le preparó una poción para que se la bebiese justo antes de hacer las pruebas de acceso al circo. La joven gorila cogió la botellita con la poción, le dio las gracias a la bruja y se fue por donde había venido.
El día de las pruebas, Emilia llevó la poción en su bolso y, cuando fue a llegar su turno, se la bebió de un solo trago. No sabía cómo esperaba, pero pudo empezar a hacer todo tipo de saltos y piruetas.
Emilia se sentía diferente, se sentía mejor que nunca, muy poderosa. Consiguió el puesto de acróbata pero las cosas no fueron como ella esperaba. El día de la primera actuación, cuando se estaba preparando en el camerino, se miró al espejo. Su cara no parecía la suya y en la frente, en letras enormes, se podía leer la palabra “tramposa”. Se asustó tanto que se desmayó.
Cuando abrió los ojos, se encontraba en la casa de la bruja Cleo. La cuestión es que ya no era una bruja sino una dulce anciana gorila que invitó a Emilia a una ración de bananas. Le dijo con voz pausada y amable que la ambición desmedida a veces no trae más que problemas. Le dijo también que los objetivos hay que lograrlos poco a poco y nunca tomando atajos ni mucho menos haciendo trampas. Emilia aprendió la lección y con el tiempo y mucho trabajo y tesón, se convirtió en una acróbata de primera.