Había una vez un joven príncipe al que una pitonisa le había dicho que, algún día, encontraría una gran mujer y que con ella sería muy feliz. El príncipe, muy orgulloso, pensó que tenía todo resuelto, pues la princesa perfecta estaría dispuesta para él cuando llegara el momento de contraer matrimonio.
Así, el príncipe se dedicó a vivir una vida de lujos, gastando la fortuna de su padre, el rey, en fiestas, viajes y otras diversiones.
Pero el tiempo pasaba y la princesa perfecta no aparecía. De hecho, no aparecía ni princesa ni mujer alguna por el palacio del príncipe que ya de joven le iba quedando poco, pues ya los signos de la edad y de la vida de excesos que había llevado hasta el momento iban haciendo mella en lo que fuera un cuerpo escultural y un rostro hermoso y fresco.
Muy ofuscado y enfadado, el príncipe hizo llamar a la pitonisa. La mujer, anciana ya, fue al palacio a ver al príncipe.
-Me prometiste que me casaría con la princesa perfecta y, mírame, sigo soltero y sin compromiso -dijo el príncipe, en tono amenazante-. Dame una solución o haré que mi padre te condene por bruja.
-Jamás dije cosa así, mi príncipe -dijo la pitonisa-. Dije que encontrarías a una gran mujer y que con ella seríais feliz. No hablé de princesas, ni siquiera de casamientos.
-¡Eres una falsa, una embustera y una embaucadora! -gritó el príncipe-. Todos estos años te hemos tratado bien, y mira cómo nos lo pagas. Así que dime dónde tengo que ir a buscar a esa mujer, y hazlo pronto, que me hago mayor y no tengo tiempo para simplonerías.
-Enfadaros conmigo si queréis -respondió la pitonisa, sin mostrar alteración ninguna-. Tarde o temprano descubriréis que esa ira que ahora lanzáis contra mí no es más que ira hacia vos mismo. Sabéis que habéis malgastado vuestra vida y lo que algún día hubiera sido vuestra herencia en cosas superficiales. Encontraréis a esa mujer, mas antes tenéis que llevar la vida de virtud y sabiduría que os haga merecedor de la compañía que anhelais.
El príncipe se quedó mudo. No sabía qué decir. Sabía bien que la pitonisa tenía razón. Tras unos minutos le agradeció su visita y la envió de nuevo a casa.
El príncipe reflexionó varios días sobre las palabras de la pitonisa y se dio cuenta de su error. Convencido de que la princesa perfecta llegaría a él no se había preocupado de nada más que de vivir la vida.
-Iré en su busca -dijo finalmente el príncipe-. Pero iré solo, sin joyas ni nada que delate mi posición.
Al día siguiente el príncipe cogió su caballo y algunas provisiones y se marchó a visitar su reino. Con todo lo que había viajado, el príncipe apenas conocía cómo vivían sus gentes. Y así fue como descubrió las grandes necesidades por las que pasaba su pueblo mientras él derrochaba el dinero de los impuestos en fiestas y adornos.
Con el tiempo se olvidó del motivo por el que se había ido del palacio, pues ayudar a todas esas gentes pasó a ser su objetivo prioritario. Corre el rumor de que así conoció a una mujer que le ayudó a levantar escuelas y a formar curanderos, y con la que entabló una profunda y hermosa amistad.
Dicen también que la pitonisa previno a una joven princesa, años ha, de que encontraría a una gran hombre con el que sería feliz, y que esa mujer se decidió a llevar una vida de lujos y banalidades durante años, hasta que se dio cuenta de su error y salió en busca de un compañero, y que la búsqueda le había llevado muy lejos de su reino.
Y ahí se queda la historia, para que tú le pongas el final que más te guste.