Había una vez un maravilloso jardín, lleno de flores de todos los colores y tamaños. Todas las flores eran preciosas, pero había una que destacaba por encima de todas. Nadie sabía de qué especia era, así que llamaban Florecilla.
A un lado del jardín vivía Floripondia, una flor que siempre se había sentido menospreciada.
—¡Cómo desearía ser tan bella y admirada como Margarita!— sollozaba Floripondia en silencio.
Una mañana de primavera, Sol se fijó en la tristeza de Floripondia y le preguntó:
—¿Qué te pasa, Floripondia? Si sigues llorando así te vas a encharcar y te vas a estropear.
—Lloro porque no soy hermosa —respondió Floripondia.
—¡Eres fantástica! ¡Eres una flor! —dijo Sol.
—Florecilla es mucho más bonita y todas las admiran —dijo Floripondia.
—Si fueras como ella, tú también serías admirada —dijo Sol.
Floripondia se quedó pensando en lo que le había dicho Sol. Si fuera como ella.
—Ya está —pensó Floripondia—. Le diré a Luna que me ayude a robarle la belleza a Florecilla esta misma noche. Así seré como ella y todas me querrán a mí.
Y eso hizo.
Por la mañana, Floripondia lucía mucho más hermosa. Aun así, todas las demás estaban pendientes de Florecilla, que se veía gris y casi marchita.
—Dejadla, se ha secado —gritó Floripondia—. Ahora podréis admirarme a mí. Mirad que bonita y hermosa soy ahora.
Pero las demás flores no hicieron caso a Floripondia.
Cuando Sol estuvo en lo más alto y vio lo que había pasado, le preguntó a Floripondia:
—¿Has hecho tú esto?
—Tú me dijiste que si fuera como Florecilla todas me querrían —dijo Floripondia—. Solo te he hecho caso y le he robado su belleza.
—¡No me refería a eso, Floripondia! Florecilla no era amada por su belleza, sino por su simpatía, su alegra y su sencillez. ¿Eso también se lo has robado? Seguro que no.
—¡Oh, no! ¿Qué he hecho? —lloró Floripondia—. ¡Ayúdame a solucionarlo, por favor!
—No puedo —dijo Sol—. Esto no se puede deshacer. Tendrás que buscar la manera de compensarlo.
Floripondia le pidió a los topos que la cambiaran de lugar y que la llevaran junto a Florecilla. Allí le pidió perdón y prometió cuidar de ella.
Con su último aliento, Florecilla sonrió a Floripondia y le dijo:
—Ahora sí que eres bonita, compañera.
Todas lloraron mucho a la pequeña flor marchita que quedó en su lugar.
Pero al día siguiente, del mismo punto, empezó a nacer otra flor igual que Florecilla: tan alegre, tan sencilla, tan simpática… tan bonita.
—¡Has vuelto! —dijo Floripondia—. ¡Qué bonita eres! ¡Eres aún más hermosa que antes!
—A ti sí que te vemos bien, Floripondia. ¿Qué te has hecho? —le preguntaron las demás flores.
—Nada, solo he descubierto que la verdadera belleza es mucho más de lo que yo pensaba —dijo Floripondia.
Sol miró orgulloso el jardín y, desde aquel día, le envía algún rayo de más a Floripondia, que luce cada vez más contenta, más alegre, más simpática…. más bonita.