Había una vez una pato muy torpe del que se reía todo el mundo. Como era el hazmerreír del estaque todos le llamaban Pato Patoso. Y con ese nombre se quedó.
Pato Patoso estaba dispuesto a demostrar a todos que no era tan torpe como parecía. Tropezaba alguna que otra vez, sí, pero ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Pero cuanto más se esforzaba por no parecer que no era un torpe, más veces metía la pata.
Harto ya de que todos se rieran de él, Pato Patoso abandonó el estanque, con la idea de ir a donde no le conociera nadie, para que nadie se riera de él.
Pato Patoso pasó mucho miedo. Tuvo que esconderse de los depredadores, para que no le comieran. Y de los cazadores, para que no le disparan.
Y así llegó un día a otro estanque lleno de animales. Era un estanque muy bonito y muy limpio, y con mucho bullicio. Parecía un lugar alegre.
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato Patoso. Pero allí nadie le hacía caso. Lo intentó varias veces más, pero con el mismo resultado.
Harto de que todos le ignoraran, Pato Patoso se fue en busca de otro estanque. Esta vez pasó menos miedo, pero tuvo que ser muy cuidadoso para no convertirse en la cena de nadie.
Días después encontró otro estanque. Este era todavía más bonito que el anterior. Había muchos más animales y estaba todavía más animado que el anterior.
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos -dijo Pato Patoso.
Pero esta vez tampoco nadie le hizo caso. Así que se marchó de nuevo.
Los peligros seguían ahí, así que Pato Patoso tuvo que ser muy cuidadoso. Y así avanzó hasta que llegó a otro estanque. Era pequeño y había pocos animales. Y estaba muy tranquilo. Parecía hasta triste.
-Vaya, qué triste está esto -pensó Pato Patoso-. ¿Qué habrá pasado?
Y con el mismo entusiasmo que en las otras ocasiones, Pato Patoso se dirigió a los animales del estanque y dijo:
-Hola, pasaba por aquí y me preguntaba si querríais ser mis amigos.
-¡Pato Patoso! -gritaron todos a la vez-.
- ¡Has vuelto!
- ¡Qué alegría!
- ¡Te echábamos de menos!
Pato Patoso no se lo creía. Sin darse cuenta, había regresado a su hogar. Y todos estaban contentos de verle.
Pato Patoso celebró con todos el regreso. Los animales se disculparon. Pato Patoso aceptó sus disculpas y los perdonó. Y ya nadie volvió a reírse de él, porque con tanto viaje y tanta aventura ya no era tan torpe. Y cuando metía la pata, era él el primero que se reía de la torpeza.