Los gemelos Carlos y Alberto eran idénticos, aunque no del todo. Aunque físicamente eran iguales, su carácter y su actitud no tenían nada en común.
Carlos era estudioso, atento, generoso y organizado. Sin embargo, Alberto era un pasota vago, perezoso y envidioso.
Todos los días Carlos llevaba los deberes bien hecho, limpio y ordenados. Pero su hermano pasaba de hacerlos o los hacía con pocas ganas.
Un día, la maestra le dijo a Alberto:
-Deberías imitar a tu hermano y trabajar más y mejor. Si esto sigue así suspenderás y tendrás que repetir curso.
A Alberto no le gustaba nada que el compararan con su hermano. A Carlos tampoco, y se disgustó mucho porque sabía que su hermano no reaccionaría bien y que, por rebeldía, Alberto iría al colegio al día siguiente con los deberes sin hacer.
Y así fue. Alberto no estaba dispuesto a aguantar que le compararan con su hermano, por lo que esa tarde se encerró en su habitación y se puso a perder el tiempo, disimulando
Carlos sabía de sobra lo que hacía y que no serviría de nada hablar con él. Pero como no quería que volvieran a regañar a su hermano le cogió el cuaderno y le hizo los deberes sin que el otro se diera cuenta.
Pero esa misma noche Alberto tuvo una idea.
-Le arrancaré los deberes a mi hermano esta noche sin que se dé cuenta y así no me volverán a comparar con él -pensó Alberto.
Y fue a la mesa de su hermano, cogió el cuaderno que había encima de la mesa y le arrancó las páginas de los deberes.
A la mañana siguiente, cuando la maestra revisó los deberes, vio que Carlos sí los tenía hechos, pero que Alberto no los había hecho.
-¿Cómo es posible? -dijeron los gemelos a la vez. Y se pusieron a discutir, sin darse cuenta de que todos sus compañeros y la maestra les estaban escuchando.
-Yo te hice los deberes ayer -dijo Carlos-. Tendrían que estar en tu cuaderno.
-Pues ya ves que no, porque no hay nada en mi cuaderno - dijo Alberto-. Además, ¿cuándo has hecho tú tus deberes? ¡Te los arranqué ayer mientras dormías! ¡No has tenido tiempo!
-Parece que te equivocaste y arrancaste tus propios deberes, Alberto, los que tu hermano Carlos te había hecho -dijo la maestra.
Alberto se sintió muy culpable. Su hermano, al que tanta envidia le tenía, le había echado una mano. Y ahora les iban a castigar a los dos.
-Todo sería más sencillo si dejaran de compararnos todo el tiempo -le dijo Alberto a la maestra-. Que seamos idénticos no quiere decir que seamos iguales, y ya estoy harto.
-Y yo -dijo Carlos.
La maestra se quedó sin palabras tras aquella confesión.
-Luego hablaremos de esto -dijo la maestra.
Desde aquel día las cosas cambiaron. Carlos y Alberto hablaron y, ahora, Alberto ya no envidia tanto a su hermano, puesto que ha entendido que no es un rival, sino que puede contar con él siempre que lo necesite.