No se sabe si le venía por el nombre, pero no había duda de que el mago Incordious era un verdadero incordio. Incordius era el mago más poderoso de todo el reino. Pero también era el vecino más impertinente y pesado que cualquiera podría imaginar.
El problema era que Incordius se aburría mucho. Aquel reino era un lugar tranquilo, sin brujas perversas, sin trolls ambiciosos ni dragones malvados. ¿Para que le servía entonces a Incordius tanto poder, si no podía hacer nada? Algo tendría que hacer para darle uso ¿no? O, al menos, eso es lo que pensaba Incordius.
Y como se aburría tanto, Incordius se dedicaba a molestar a los demás. Sus bromas favoritas eran las que despertaban a alguien por la noche dándole un susto, con tormentas dentro de sus casas o inundaciones de zumos de frutas. Los berridos de animales inverosímiles junto a la cabecera de la cama era otro de sus entretenimientos. Y hacer que la tierra temblara era otra de sus bromas más pesadas. También se divertía mucho dejando calvos a los vecinos o haciendo crecer colas y cuernos por doquier.
Otra forma de molestar que le encantaba a Incordius era poner charcos en medio de los caminos en los días de sol o sacudir los árboles con vientos fétidos cuando había alguien cobijado bajo ellos.
Y ¡qué decir de las bromas acuáticas! A Incordius le encantaba asustar a los bañistas creando en el río hologramas de tiburones, ballenas, medusas o pirañas. Y, de vez en cuando, creaba remolinos que absorbían todo lo que estaba cerca.
Los habitantes del reino empezaban a cansarse. Pero no sabían qué hacer para acabar con aquella pesadilla. Un día un unicornio tuvo una idea. A todos les encantó la idea de escucharle.
-Escondámonos todos en las montañas -dijo-. Pondremos carteles de “Se Vende” en nuestras casas, para que el mago Incordius crea que nos hemos ido.
-¿Y dejarlo el reino todo para él? -dijo un hada.
-¡No! -dijo el unicornio-. Seguro que va a buscarnos. Nos molesta por aburrimiento. Seguro que no aguantará solo ni medio día. Se irá y podremos volver. Seguro que en cuanto encuentre otro reino donde molestar a otros deja de buscarnos.
Y eso hicieron. Esa misma noche todos los habitantes del reino se mudaron a las montañas, dejando sus casas vacías y con unos carteles de “Se Vende” muy grandes.
El mago Incordius se puso muy nervioso. Hizo la maleta y se fue en busca de sus vecinos. Cuando estos vieron que Incordius había caído en la trampa volvieron a sus casas.
Pero días después llegó un grupo de trolls y empezaron a pisotearlo todo, a perseguir a todo el que se encontraban y comerse las reservas de comida.
-Incordius nunca nos encontrará aquí -gritaban los trolls.
Menos mal que poco después apareció el mago Incordius y ahuyentó a los trolls.
-Creí que os habíais ido de aquí -dijo el mago.
-Eso es lo que te hicimos creer para librarnos de ti, porque tus bromas nos resultan muy molestas -dijo el unicornio.
Incordius se disculpó, y lo mismo hicieron los demás.
-Tendríamos que haber hablado contigo -dijo un gnomo.
Con todo aclarado y los trolls expulsados, la tranquilidad volvió al reino. A Incordius le costó un poco encontrar algo con lo que entretenerse, pero entre todos le ayudaron. Y ahora viven en paz y armonía.