Había una vez una aldea en la que reinaba el desorden. La gente robaba y estropeaba las cosas de los demás sin que nadie hiciera nada. Las calles estaban sucias y nadie se ocupaba de velar por la seguridad de la gente.
Una panda de maleantes que se había instalado meses atrás en la aldea se había ocupado de ponerlo todo patas arriba. Se las habían ingeniado para que todas las personas con algo de autoridad huyeran.
En medio del caos un día llegó a la aldea un joven buscando un lugar donde alojarse para comer y dormir. Pero lo primero con lo que se encontró fue con la panda de maleantes cortándole el paso. Uno de ellos le dijo:
-Has llegado a mal lugar, viajero. Danos lo que tengas y no sufrirás ningún daño.
-Vaya, los matones del pueblo -dijo el joven, sin asustarse ni un ápice.
-Lo lamentarás -dijo el que parecía el jefe de la panda.
-Ponme una mano encima y serás tú quién tenga que lamentar algo -dijo el joven, poniéndose muy serio.
-¡¡A por él!! -gritaron todos los maleantes a la vez.
Justo cuando todos los maleantes se lanzaron contra el joven viajero, este dio un salto tan grande que pasó por encima de ellos.
-No te saldrás con la tuya -dijo uno de los maleantes.
-¿Vas a impedírmelo tú? -dijo el muchacho-. Venid de uno en uno, a ver cuál de vosotros puede conmigo.
Uno a uno, los maleantes fueron a por el joven. Y uno a uno, el joven los fue reduciendo sin hacerles un solo rasguño. Así hasta que solo quedó uno.
-El que gane se quedará con el gobierno de la aldea -dijo el joven viajero.
-Me parece justo -dijo el maleante-. O tú o yo. Solo puede quedar uno.
Justo en ese mismo instante, el maleante cogió un enorme palo del suelo. Ya había visto cómo el viajero reducía a los demás, así que se lo tiró con todas sus fuerzas. El viajero no lo vio venir y se llevó un estacazo tan fuerte que cayó rendido al suelo.
-
¡Ja, ja, ja! -rió el maleante-. Ahora verás lo que es bueno.
-No, espera -dijo el joven-. Cuidado, por detrás.
-¿Crees que vas engañarme con ese truco tan viejo? -dijo el maleante.
-No es un truco -dijo el joven.
Apenas había terminado de decir esto cuando un grupo de aldeanos se abalanzó sobre el último maleante para tirarle una red por encima y derribarlo.
-Gracias, chico -dijo uno de los aldeanos-. Has ganado la batalla. Eres nuestro nuevo líder.
Ese día el joven viajero no solo encontró un lugar donde vivir, sino que también encontró una gran familia. Desde entonces, con la ayuda de todos, reina el orden y la paz en la aldea.