Había una vez una ciudad repleta de ratones. Los ratones vivían en una vieja fábrica abandonada y no hacían mal a nadie. Los gatos de la ciudad apenas les hacían caso, porque apenas salían de su escondite.
Muy cerca de allí, en medio del campo, un banda de gatos vivía en una vieja casa destartalada y ruinosa. Tiempo atrás allí vivió una señora que adoptó cuatro gatos, pero eran tan molestos que la señora tuvo que dejar la casa y marcharse a otro lugar. Desde entonces los gatos se habían reproducido y ahora vivían allí al menos cincuenta. La comida era escasa y la convivencia insoportable.
Un día llegó a oídos de los gatos la noticia de que cerca de allí había cientos de ratones.
-Tendremos comida para varias semanas -dijo uno de los gatos.
-Y un lugar más grande para vivir -dijo otro.
La banda de gatos se puso en marcha. Cuando llegaron, los ratones corrieron espantados y se dispersaron por toda la ciudad. Miles de ratones se colaron en casas, tiendas, colegios, oficinas y otros muchos lugares.
Los gatos tomaron la vieja fábrica para convertirla en su hogar, pero como no había ratones para comer empezaron a deambular por las calles.
Al principio a la gente no le importó tener gatos callejeros, porque entendían que así acabarían con los ratones. Pero los ratones se sabían esconder muy bien y los gatos tenían mucha hambre, así que los gatos empezaron a revolver en la basura y a robar en las tiendas. Incluso se colaban en las casas para robar comida de las cocinas.
Entre los perros empezó a correr la voz de que era momento de hacer algo. Todos se pusieron de acuerdo para actuar a la vez.
-Nos acercaremos de noche a la guarida de los gatos y los asustaremos para que se vayan de aquí -dijo el perro más joven.
-
Somos muchos, pero no suficientes -dijo uno de los perros veteranos-. Si nos ven llegar nos acorralarán en su guarida.
-Llamemos a los ratones -dijo entonces el joven-. Ellos son miles. Unos cuantos valientes pueden hacerlos salir. Los sorprenderemos y los atacaremos.
Los ratones y los perros se aliaron para deshacerse de los gatos, que huyeron despavoridos al ver cómo miles de ratones y unos cuantos perros caían sobre ellos.
A los gatos molestones no les han quedado muchas ganas de volver a la ciudad después de llevarse un buen escarmiento, y han regresado a su cabaña destartalada, donde solo se pueden molestar entre ellos.