Había una vez una bruja que se hacía llamar Belluja. La bruja Belluja era muy fea. Pero ella no lo sabía, porque nunca había visto su reflejo. Era tan fea que nadie había tenido nunca el valor de decirle lo horrible que era para no desairarla. Porque aquella bruja tan fea pensaba que era la persona más hermosa del mundo.
En lo que todos estaban de acuerdo es en que aquella bruja era la más perversa de todas las brujas. Así que no convenía incomodarla con cosas tan superficiales como su aspecto.
Un día llegó a aquellas tierras una brujita joven que estaba buscando un lugar donde asentarse. Se hacía llamar Martita. Pero de todos es bien sabido que no puede haber dos brujas en el mismo lugar, así que la bruja Belluja se enfadó mucho cuando supo que la brujita Martita quería vivir allí.
La brujita Martita llevaba mucho tiempo buscando un hogar, y no estaba dispuesta a marcharse.
—Podríamos compartir territorio —dijo la brujita Martita a la bruja Belluja—. Prometo no meterme en tus cosas.
Como respuesta, la bruja Belluja le lanzó un conjuro para que le salieran cuernos de las orejas. La brujita Martita lo esquivó a tiempo y no le afectó.
—¡Eh! —exclamó la brujita Martita—. ¿Por qué has hecho eso? ¿Es que aquí solo hay sitio para las brujas tan feas y horrorosas como tú?
—¿Cómo has dicho? —dijo la bruja Belluja. ¿Fea, yo? Yo soy la bruja más bella del mundo, qué digo, soy la mujer más bonita del universo.
—¿Qué? —preguntó la brujita Martita. Entonces vio a un grupo de niños que estaban detrás de la bruja Belluja, haciéndole gestos para que no siguiera por ahí.
La brujita Martita entendió el mensaje y se marchó de allí. En realidad, fue a esconderse al bosque. Si la bruja Belluja no quería compartir su territorio tendría que echarla de allí. Por las noches, la brujita Martita salía de su escondite para recabar información sobre la bruja Belluja. Y así obtuvo una información muy valiosa con la que urdió un plan que parecía infalible. Para llevar a cabo su plan, la brujita Martita construyó un laberinto en un claro del bosque. Cuando lo tuvo listo fue a ver a la bruja Belluja.
—Te lanzo un reto —dijo la brujita Martita— En medio del bosque, un terrible hechicero ha levantado un laberinto. En el centro ha dejado una pócima mágica. Quien la consiga obtendrá el mayor poder que jamás nadie haya tenido.
—¿Y por qué iba a hacer eso ningún hechicero? —dijo la bruja Belluja—. ¿Qué juegos te traes entre manos? No me vengas con tonterías y lárgate de aquí. Solo una bruja hermosa como yo puede mantener la paz en este lugar.
La brujita Martita se quedó de piedra. Así que improvisó una excusa:
—Vale, ningún hechicero ha levantado ningún laberinto. He sido yo. En el laberinto he encerrado a unas brujas muy feas, tanto que duele mirarlas. Son muy malvadas, aunque no muy listas. Llevan tiempo persiguiéndome. Pensé que las había despistado, pero me han encontrado. Pero si tú entras en el laberinto y acabas con ellas te prometo que me iré y no volverás a saber más de mí. Con lo poderosa que eres podrás con ellas fácilmente.
La bruja Belluja, encantada ante tanta adulación, decidió ayudar a la brujita Martita. Y se metió en el laberinto. Pero en cuanto entró empezó a ver a las brujas.
—¡Oh, no! ¡Son horribles! —gritaba la bruja Belluja.
Quería lanzarles hechizos, pero ellas respondían haciendo lo mismo. Ella corría, y las otras brujas corrían hacia ella. No tenía escapatoria. Allá donde iba aquellos seres abominables iban a por ella.
Cuando por fin consiguió salir del laberinto, la bruja Belluja estaba aterrorizada. Y no dejó de correr durante días.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntaron los habitantes del lugar.
—Construí un laberinto de espejos —dijo la brujita Martita—. La única bruja que había allí dentro era la bruja Belluja. Lo que ha visto es su reflejo en muchos espejos a la vez.
Como se sentía culpable por la trampa, la brujita Martita fue en busca de la bruja Belluja para explicarle lo que había pasado.
—Mírate en este espejo —le dijo la brujita Martita a la bruja Belluja.
Cuando se vio, la bruja Belluja admitió que, en realidad, era horrorosa, y que su vanidad le había jugado una mala pasada.
—No pasa nada por ser fea —dijo la brujita Martita.
—¡Ni que tú fueras una belleza! —dijo la bruja Belluja.
—La diferencia es que yo lo sé, y no me importa, porque me acepto tal y como soy —dijo la brujita Martita.
—Creo que podremos compartir territorio —dijo la bruja Belluja—. No me vendrá mal tener una aprendiz.
Desde entonces, las dos brujas conviven en paz y armonía.