Había sido una mala semana para Jorge. El niño había estado de mal humor, ofuscado por sus tareas escolares. Ese mal humor había influido en su comportamiento, había estado contestando mal a sus padres, también había tenido unas peleas en la escuela y no había obtenido buenos resultados en sus exámenes.
A causa de esos comportamientos, los padres de Jorge decidieron enviar al niño algunas horas los fines de semana a ayudar a su abuelo en su negocio, un poco como castigo y un poco para que Jorge tuviera otra cosa en que ocupar su mente.
El abuelo de Jorge tenía una casa de antigüedades, vendía vasijas, adornos, candelabros, cuadros, estatuas y otras tantas cosas de diferentes lugares del mundo y de diferentes épocas de la historia pasada.
La tarea de Jorge en el negocio era limpiar y mantener ordenados los objetos. El abuelo le había dado a su nieto las indicaciones y todos los elementos necesarios para sus tareas.
Mientras Jorge hacia sus tareas, su abuelo siempre le contaba las historias de los objetos que vendía en su tienda. Al niño, que había empezado a ir a la tienda de mala gana por ser una imposición de sus padres, estas historias le fascinaban e hicieron que comenzara a asistir con ganas a la tienda a escuchar las historias de su abuelo.
El abuelo le contaba a Jorge cómo las vasijas antiguas habían llegado desde China, donde eran utilizadas antiguamente en los templos por monjes. Una de las copas más llamativas había aparecido en un barco pirata, y el escudo que adornaba la pared más amplia de la tienda tenía origen vikingo. Todo eso dejaba a Jorge maravillado y cada vez que limpiaba un objeto se ponía a pensar e imaginar toda la historia detrás de este.
Ya se había cumplido el tiempo que los padres de Jorge habían determinado que ayudaría a su abuelo, pero a Jorge le gustaba tanto ir a la tienda que lo seguía haciendo. Había aprendido mucho, así que el abuelo a veces lo dejaba solo al niño y le permitía atender a algunos clientes.
Una tarde Jorge tuvo que quedarse en la tienda solo porque su abuelo se iba a entregar unos pedidos de forma personal. La tienda quedaría cerrada y Jorge se quedaría limpiando y ordenando.
El niño estaba absorto en sus tareas cuando una voz masculina lo interrumpió. Jorge se asustó pues supuestamente estaba solo, cuando miro a su alrededor era el cuadro de un militar quien le hablaba. Jorge no acreditaba lo que estaba pasando. El militar lo tranquilizó y se presentó como Claude, un soldado francés que participo de la Campaña del Rosellón. Jorge todavía sorprendido se sintió a gusto con su interlocutor y mantuvieron una larga charla. Claude le dio detalles de sus batallas y de sus vivencias. Jorge le hizo muchas preguntas al soldado, y Claude también al niño. Jorge le explico a Claude los avances tecnológicos, le hablo de los coches, de los ordenadores y de los aviones. Claude estaba sumamente sorprendido.
Jorge sintió alguien que le tocaba su hombro con firmeza, era su abuelo.
-Te quedaste dormido pequeño, ¡debes haber trabajado mucho!- exclamó el abuelo.
Jorge que estaba sentado y con su cabeza apoyada en una mesa estaba confundido, pero rápidamente entendió que estaba soñando.
Jorge y su abuelo se tomaron un descanso juntos mientras bebían un jugo de naranja que el hombre había traído a su regreso. Luego continuaron sus tareas. Jorge se dispuso a quitarle el polvo al cuadro del militar con el que había acabado de soñar, se reía por dentro de todo lo que había vivido en su sueño.
El abuelo lo vio limpiando ese cuadro y le dijo:
-Jorge, ¿alguna vez te conté la historia de ese cuadro? Es el retrato de un militar llamado Claude Bernard que participó en la Campaña del Rosellón en el año 1503.
Era la primera vez que el abuelo le hablaba a su nieto acerca de ese cuadro.