Ron era una traviesa comadreja que vivía con sus papás en el campo. Ellos hacían todo lo posible para que no le faltara de nada. Si Ron tenía sed, su mamá iba al arroyo y le traía agua. Por las mañanas, cuando Ron tenía que ir al cole, su papá le preparaba un poco de fruta y unas cucarachas. Las comadrejas son marsupiales y son omnívoras. Les encantan las frutas y las verduras, pero también cazan ratas, ratones y cucarachas. Pero Ron no tenía ningún interés en aprender a cazar porque era muy comodón y sabía que sus padres lo harían por él.
Un día, los padres de Ron se tuvieron que ir de viaje y creían que su hijo ya era mayor para quedarse solo y cazar su propia comida. El primer día tenía hambre pero no sabía dónde buscar alimento. Tenía sed, pero no sabía dónde estaba el arroyo ni qué utilizar para traer el agua hasta su madriguera. En consecuencia, se puso un poco triste y se fue a dormir sin comer. Al día siguiente no pudo ir al colegio porque, como sus padres eran los que le preparaban siempre la ropa, ese día no supo cómo vestirse.
Sus padres llegaron a los cuatro días y se dieron cuenta de que Ron no había salido de casa en todo ese tiempo. Tampoco había comido más que unas pocas bayas. Al contrario de lo que sus padres se pensaban que pasaría, Ron les dijo decidido que quería aprender a hacerlo todo. A cazar, a ordenar y limpiar la madriguera y a ir a por agua al arroyo. Decía que ya tenía edad suficiente como para poder empezar a hacer todas esas cosas por sí solo.
Durante los siguientes días, Ron empezó a aprender las cosas que hacían sus padres. Lo hizo preguntando y observando. Ellos estaban muy orgullosos de que todo hubiese sido iniciativa de su hijo. De hecho, con el paso del tiempo acabaron por confesarle que el viaje había sido una excusa para estar unos días ausentes y forzar a Ron a ser más independiente y menos comodón. Ron, en vez de enfadarse, les estuvo muy agradecido por ayudarle a dar el salto.