Aquella tarde Benjamín tenía mucho miedo. Se había escondido debajo de la cama y se había puesto sus orejeras con la esperanza de no oír aquel terrible ruido. Pero la tormenta era tan intensa que no podía dejar de oírla. Aunque lo que peor llevaba Benjamín era el resplandor de los rayos. Si al menos hubiera reunido el valor para bajar la persiana…
-Benjamín, ¿dónde estás? ¿Te has escondido en tu guarida antitormentas?
Era la mamá de Benjamín, que iba a intentar tranquilizar a su hijo. Se había ido la luz, así que iba con una linterna. Pero el niño ni se había dado cuenta, porque había corrido a esconderse debajo de la cama en cuanto oyó el primer trueno.
-Estoy aquí debajo, mamá -dijo Benjamín.
-No te preocupes, no pasará nada -dijo su mamá-. El ruido es atronador, pero no hay peligro.
-¿Y si nos cae un rayo? -preguntó Benjamín.
-Estamos al lado del ayuntamiento. Su pararrayos absorberá cualquier rayo que caiga por aquí -djio mamá.
-¡¿Ese palo que apunta al cielo?! -dijo Benjamín-. ¡Menuda tontería! ¿A quién se le ocurrió una cosa así?
-Te voy a contar una historia a ver si así te calmas un poco -dijo mamá-. ¿Sabes que el pararrayos surgió de un experimento realizado por un señor que se llamaba como tú?
-¿En serio? -dijo Benjamín-. Cuenta, mamá, cuenta.
-Seguro que has oído hablar de Benjamin Franklin -dijo mamá.
-¿Ese político tan famoso de los Estados Unidos? -dijo Benjamin.
-Sí -dijo mamá-. Además de político y unos de los padres fundadores de los Estados Unidos, Franklin también era inventor. Y estaba muy interesado en el estudio de los fenómenos eléctricos. En uno de sus experimentos, Franklin hizo volar una cometa durante una tormenta.
-¿Una comenta? -preguntó Benjamín-. Mamá, los pararrayos no tienen nada que ver con una cometa.
-En realidad, con el experimento Franklin quería demostrar la naturaleza eléctrica de los rayos, pues por entonces eso era algo que no se sabía. De hecho, en esa época apenas se sabía nada de la electricidad. Fíjate hasta dónde llegaba la ignorancia de la época que se pensaba que la electricidad era algo de naturaleza divina.
-No veo yo a Dios lanzando rayos por las manos, mamá -dijo Benjamín.
-No, yo tampoco -rió mamá-. El caso es que Franklin estuvo muchos años experimentando con la electricidad. ¡Hizo interesantes hallazgos! Uno de ellos fue, precisamente, el de demostrar la naturaleza eléctrica de los rayos. ¿Quieres saber cómo lo hizo sin freirse?
-Estoy deseando saberlo, porque no termino de ver cómo una cometa pudo parar un rayo -dijo Benjamín.
-
Para demostrar que su teoría de que los rayos estaban cargados de energía eléctrica, Franklin construyó una cometa con varillas metálica y la sujetó con un hilo de seda. Al otro extremo del hilo colocó una llave de metal. Cuando empezó la tormenta Franklin soltó la cometa. Al poco tiempo vio que la cometa atraía un rayo y que este, al impactar contra la cometa, soltaba una descarga que bajaba hasta la llave. Así, además de demostrar que los rayos eran eléctricos, demostró que el metal los atraía y que la energía podía desviarse para evitar que impactaran contra la gente y contra los edificios. Con ello sentó las bases del pararrayos.
-¿Vemos la tormenta? -dijo Benjamín-. A lo mejor tenemos suerte y vemos cómo el pararrayos del ayuntamiento se come un rayo.
-¿Ya no tienes miedo? -preguntó mamá.
-¡Claro que tengo miedo! -dijo Benjamín-. Pero si te quedas conmigo a lo mejor se me pasa un poquito.
Benjamín y su madre se asomaron a la ventana a ver si el pararrayos atraía algún rayo. Y eso mismo siguen haciendo cada día que hay tormenta.