En el corazón del Parque Central habÃa una joya que hacÃa brillar los ojos de todos los niños: el tiovivo mágico. Pero una mañana, el parque despertó con un vacÃo; el tiovivo habÃa desaparecido.
Julieta y Samuel, dos amigos que habÃan compartido muchas tardes girando en aquel tiovivo y también su pasión por los enigmas, se miraron a los ojos. Enseguida se entendieron. Era hora de resolver el misterio.
—¿Quién querrÃa llevarse nuestro tiovivo? —preguntó Julieta, con una mezcla de tristeza y curiosidad.
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo —respondió Samuel, ajustándose la gorra como si fuera un detective de verdad.
Comenzaron su aventura en el parque, buscando pistas. Hablaron con los jardineros, los vendedores de helados y hasta con los patos del estanque, pero nadie habÃa visto nada.
—Mira esto, Samuel —dijo Julieta, señalando unas huellas extrañas en el suelo. Eran grandes y profundas, como si algo pesado hubiera sido arrastrado.
Siguiendo las huellas, llegaron a una caseta de mantenimiento antigua y olvidada. Con cuidado, abrieron la puerta chirriante y allÃ, cubierto con una lona, estaba el tiovivo.
—¡Lo encontramos! —exclamó Samuel.
Pero, ¿por qué estaba all� Entonces, escucharon una voz detrás de ellos.
—Lo siento, niños, pero tenÃa que esconderlo —dijo una figura que salÃa de las sombras. Era el señor López, el antiguo cuidador del parque.
El señor López les explicó que habÃa rumores de que el tiovivo serÃa reemplazado por una atracción moderna. No querÃa que eso sucediera, ya que ese tiovivo tenÃa un valor especial para él y para muchos otros.
Julieta y Samuel comprendieron sus razones, pero sabÃan que esconder el tiovivo no era la solución.
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€”¿Qué tal si hablamos con el alcalde? Podemos mostrarle cuánto significa este tiovivo para todos —sugirió Julieta.
Con la ayuda del señor López, los niños organizaron una gran fiesta en el parque. Invitaron a toda la ciudad, incluido el alcalde. Cuando este vio la alegrÃa y la magia que el tiovivo traÃa a los niños y a los adultos, decidió que el tiovivo mágico se quedarÃa.
El Parque Central volvió a tener su corazón giratorio y los niños, una vez más, pudieron volar en sus sueños mágicos. Julieta y Samuel aprendieron que a veces, para proteger lo que amamos, necesitamos compartir su magia con los demás.